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El orgullo es la certidumbre emotiva de la grandeza propia. La vanidad es la certidumbre emotiva de que los demás ven en nosotros, o nos atribuyen, tal grandeza. Los dos sentimientos no se conjugan necesariamente, ni por naturaleza se oponen. Son diferentes aunque conjugables.

El orgullo, cuando existe solo, sin la añadidura de la vanidad, lo que es posible aunque raro, se manifiesta, en su resultado, por la audacia. Quien tiene la seguridad de que los demás ven valor en él, nada recela de ellos. Puede haber valor físico sin vanidad; puede haber valor moral sin vanidad; no puede haber audacia sin vanidad. Y por audacia se entiende la confianza en la iniciativa. La audacia puede no estar acompañada por el valor, físico o moral, pues estas disposiciones de la índole son de orden diferente, y con ella inconmensurables.

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