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Antes que cese el estío y llegue el otoño, en el cálido intervalo en que el aire pesa y los colores se ablandan, las tardes suelen llevar un traje sensible de gloria falsa. Son comparables a esos artificios de la imaginación en que las añoranzas lo son de nada, y se prolongan indefinidas como estelas de navíos que forman la misma serpiente sucesiva.

En estas tardes me llena, como un mar en plena marea, un sentimiento peor que el tedio pero al que no le cuadra otro nombre que el de tedio -un sentimiento de desolación sin lugar, de naufragio de toda el alma. Siento que he perdido un Dios complaciente, que la Substancia de todo ha muerto. Y el universo sensible es para mí un cadáver al que amé cuando era vida; mas todo él se ha vuelto nada en la luz todavía caliente de las últimas nubes iluminadas.

Mi tedio asume aspectos de horror; mi aburrimiento es un miedo. Mi sudor no es frío, pero está fría mi conciencia de mi sudor. No hay malestar físico, salvo que el malestar del alma es tan grande que pasa por los poros del cuerpo y lo enfría [284] también a él.

Es tan magno el tedio, tan soberano el horror de estar vivo, que no concibo qué cosa puede haber que pudiese servir de lenitivo, de antídoto, de bálsamo u olvido para él. Dormir me horroriza como todo. Morir me horroriza como todo. Ir y pararse son la misma cosa imposible. Esperar y no creer se equivalen en frío y ceniza. Soy un anaquel con frascos vacíos.

Y sin embargo, ¡qué añoranza del futuro si dejo a los ojos vulgares recibir el saludo muerto del día iluminado que se acaba! ¡Qué gran entierro de la esperanza va por el silencio dorado aún de los cielos inertes, qué cortejo de vacíos y nadas se extiende en azul encarnado que va a ser pálido por las vastas planicies del espacio blanquecino!

No sé lo que quiero o lo que no quiero. He dejado de saber querer, de saber cómo se quiere, de saber las emociones o los pensamientos con que ordinariamente se conoce que estamos queriendo, o queriendo querer. No sé quién soy o lo que soy. Como alguien soterrado bajo un muro que se desmoronase, yazgo bajo la vacuidad tumbada del universo entero. Y así voy, por el rastro de mí mismo, hasta que la noche entre y un poco del halago de ser diferente ondule, como una brisa, por el comienzo de mi impaciencia de mí.

¡Ah, y la luna alta y mayor de estas noches plácidas, tibias de angustia y desasosiego! La paz siniestra de la belleza celeste, ironía fría del aire caliente, azul negro nublado de claro de luna y tímido de estrellas.


22-8-1931.

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