100

Octubre de 2007


El agente Duncan Troutt se sentía menos seguro de sí mismo esta mañana, su segundo día como policía hecho y derecho. Y esperaba que hubiera más acción que ayer, porque se había pasado la mayor parte de su turno dando indicaciones a estudiantes extranjeros y presentándose a los propietarios de algunos negocios, en particular al jefe de un local de comida rápida india que había recibido una paliza hacía poco, una agresión que había sido grabada con la cámara de un móvil y que había acabado en YouTube.

A las nueve pasadas, después de girar en Lower Arundel Terrace, decidió volver a visitar a Katherine Jennings con la esperanza de encontrarla en casa. Antes de salir de la comisaría esta mañana había leído en el registro que un compañero del turno de noche había intentado localizarla dos veces, a las siete y a las diez, sin éxito. Una llamada a información telefónica todavía no había dado con ningún número que se correspondiera con ese nombre en esa dirección, figurara en el listín o no.

Mientras caminaba por la acera, observando cada una de las casas y comprobando cada uno de los coches aparcados en busca de alguna señal de robo o vandalismo, dos gaviotas chillaron encima de él. Miró arriba y luego al cielo oscuro y amenazador. Las calles todavía estaban brillantes por la lluvia caída anoche y parecía que en cualquier momento podía empezar a llover otra vez.

Poco antes de llegar a la entrada del número 29 se fijó en un Ford Focus con un cepo aparcado al otro lado de la calle. El coche le sonaba de ayer. Recordaba haber visto que tenía una multa en el parabrisas. Cruzó, cogió el papel, sacudió las gotas de lluvia del envoltorio de celofán mojado y leyó la fecha y la hora. Había sido emitida a las 10.03 de ayer, lo que significaba que llevaba aquí más de veinticuatro horas.

Podía haber todo tipo de explicaciones inocentes. La más probable era que se tratara de alguien que no se había percatado de que estas calles requerían permisos de aparcamiento para residentes. También era posible que se tratara de un coche robado abandonado. Lo más importante para él era su ubicación, próximo al piso de la mujer que le habían pedido que fuera a ver y que, al parecer, había desaparecido, aunque sólo fuera temporalmente.

Pidió por radio información sobre el coche, luego cruzó la calle y llamó al timbre de Katherine Jennings. Como antes, no obtuvo respuesta.

Entonces, después de decidir que volvería a intentarlo más tarde, siguió con su ronda, bajó hasta Marine Parade y allí giró a la izquierda. Al cabo de unos minutos, su radio cobró vida. El Ford Focus pertenecía a Avis, la empresa de alquiler de coches. Dio las gracias a la operadora y reflexionó detenidamente sobre aquel dato nuevo. A menudo, las personas que alquilaban coches desobedecían las normas de tráfico. Tal vez quien hubiera alquilado este coche no quisiera pasar por el lío de quitarle el cepo, o no hubiera tenido tiempo.

Pero todavía podía existir una relación con Katherine Jennings, por muy escasas que fueran las probabilidades. Mientras caían las primeras gotas de lluvia llamó por radio a su superior inmediato, el sargento Ian Brown de la brigada criminal del distrito de East Brighton. Le trasladó su preocupación por el vehículo y preguntó si alguien podía llamar a Avis y averiguar quién lo había alquilado.

– Seguramente no sea nada, señor -añadió, preocupado por no quedar como un idiota.

– Haces muy bien en comprobarlo -le tranquilizó el sargento-. Muchas veces un buen trabajo policial se consigue a partir del detalle más pequeño. Nadie va a regañarte por ser demasiado observador. ¡Que se te pase por alto algo importante, eso sí es otra historia!

Troutt le dio las gracias y siguió su camino. Treinta minutos después el sargento le llamó por radio.

– El coche está alquilado a nombre de un australiano llamado Chad Skeggs. Vive en Melbourne, el carné de conducir es australiano.

Troutt se puso debajo de un porche para resguardar su libreta de la lluvia y anotó diligentemente el nombre, deletreándoselo al sargento.

– ¿Te dice algo ese nombre? -le preguntó Brown.

– No, señor.

– A mí tampoco.

De todos modos, el sargento decidió introducirlo en el registro de incidentes. Por si acaso.

Загрузка...