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Octubre de 2007


Roy Grace estaba sentado en su mesa de trabajo en la MIR Uno, soportando a la madre, el padre, el hermano, la hermana, el tío, el nieto, el primo carnal y el sobrino segundo de todas las resacas. Tenía la boca como el fondo de la jaula de un loro y era como si una motosierra desafilara sus dientes en una púa de acero dentro de su cabeza.

Su único consuelo era que Glenn Branson, sentado en diagonal delante de él, parecía estar igual. ¿Qué diablos les había pasado anoche?

Habían ido al Black Lion a tomar algo rápido, porque Glenn quería hablarle de su matrimonio. Se habían marchado tambaleándose alrededor de medianoche, después de beber ¿cuántos whiskies, cervezas, botellas de Rioja? Grace no quería ni pensarlo. Apenas recordaba haber vuelto a casa en taxi ni que Glenn lo acompañara porque su mujer le había dicho que no quería que volviera a casa en ese estado.

Después, bebieron más whisky y Glenn comenzó a mirar sus CD y a criticar su música, como hacía siempre.

Glenn seguía allí esta mañana, en la habitación de invitados, quejándose de un dolor de cabeza atroz y diciéndole a Grace que pensaba muy seriamente acabar con todo.

– Son las 8.30 del martes 23 de octubre -Grace leyó sus notas para la reunión.

Su libro de estrategias policiales, y sus notas, mecanografiadas hacía media hora por su ayudante de apoyo a la gestión, descansaban delante de él, junto con una taza de café. Estaba al máximo de paracetamoles, que no le hacían efecto, y masticaba chicle de menta para enmascarar su aliento, que estaba seguro de que debía de apestar a alcohol. Había dejado el coche en el pub anoche y decidió que ir caminando a recogerlo, más tarde, le sentaría bien.

Empezaba a preocuparle seriamente su falta de autocontrol sobre la bebida. No le ayudaba que Cleo bebiera como una cosaca, y se preguntaba si le ayudaba a sobrellevar los horrores de su trabajo. A Sandy le gustaba tomar una copa de vino o dos de vez en cuando los fines de semana, o una cerveza una tarde calurosa, pero eso era todo. Cleo, por otra parte, bebía vino todas las noches y pocas veces sólo una copa, salvo cuando estaba de guardia. A menudo se terminaban una botella, después de beber un whisky o dos, y a veces también hacían buenos progresos con otra más.

En su última revisión médica, el doctor le preguntó cuántas medidas de alcohol bebía a la semana. Grace mintió y contestó que diecisiete, pues tenía la impresión de que unas veinte eran una cantidad segura para un hombre. El médico frunció el ceño y le advirtió que redujera a menos de quince. Después, tras una comprobación rápida en un programa de cálculo que había encontrado en Internet, Grace descubrió que su ingesta semanal media se situaba alrededor de las cuarenta y dos medidas. Gracias a anoche, la de esta semana seguramente se duplicaría. Se prometió en silencio que nunca volvería a probar el alcohol.

Bella Moy, sentada frente a él, ya estaba metiéndose Maltesers en la boca tan temprano. Aunque normalmente no ofrecía nunca, empujó la caja hacia Grace.

– ¡Creo que necesitas un subidón de azúcar, Roy! -dijo.

– ¿Tanto se nota?

– ¿Una buena fiesta?

Grace lanzó una mirada a Glenn.

– Ojalá.

Se sacó el chicle de la boca y comió un Malteser, seguido de otros tres, que masticó con avidez. No le hicieron sentir peor. Entonces bebió un sorbo de café y volvió a meterse el chicle en la boca.

– Bebe Coca-Cola -dijo Bella-. Revitaliza, pero que no sea Light. Es buena para la resaca. Y desayunar fritos también.

– Habla la voz de la experiencia -la interrumpió Norman Potting.

– En realidad yo nunca tengo resaca -le dijo con desdén.

– Nuestra virgen virtuosa -refunfuñó Potting.

– Ya basta, Norman -dijo Grace, sonriendo a Bella antes de que ésta mordiera el anzuelo.

Entonces retomó la tarea que tenía entre manos y leyó en voz alta la información que Norman Potting había proporcionado en la reunión de la tarde anterior: que el marido de Joanna Wilson, Ronnie, había muerto en las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Cuando terminó, se volvió hacia Potting.

– Buen trabajo, Norman.

El sargento emitió un gruñido evasivo, pero parecía satisfecho consigo mismo.

– ¿Qué información tenemos sobre Joanna Wilson? ¿Algún familiar con el que podamos hablar? -preguntó Grace.

– Estoy trabajando en ello -dijo Potting-. Sus padres están muertos, eso sí lo he podido averiguar. No tenía hermanos. Estoy intentando saber si tenía más parientes.

Lanzando una mirada a Lizzie Mantle, su investigadora jefe adjunta, Grace dijo:

– De acuerdo, a falta de familiares inmediatos tenemos que centrar nuestras pesquisas en los conocidos y amigos de los Wilson. Norman y Glenn pueden concentrarse en eso. Bella, quiero que te pongas en contacto con el FBI a través de la embajada de Estados Unidos en Londres, a ver si puedes encontrar algún documento que registre la entrada de Joanna Wilson en Estados Unidos durante los años noventa. Si pensaba trabajar allí, necesitaría un visado. Pide al FBI que compruebe todos los registros y bases de datos informáticas para ver si encuentran algún documento que certifique que vivió allí durante ese periodo.

– ¿Conocemos a alguien en la embajada? -preguntó ella.

– Sí. Conozco a Brad Garrett en la oficina del agregado jurídico. Te proporcionará toda la ayuda que necesites. Si tienes algún problema, también tengo dos amigos en la oficina del fiscal del distrito de Nueva York. De hecho, lo más inteligente sería recurrir directamente a ellos. Nos saltaremos la burocracia. Ya pasaremos por todos los canales adecuados cuando necesitemos pruebas formales. -Luego se quedó pensando un momento-. Deja que hable yo con Brad. Le llamaré y le consultaré el tema.

Entonces se volvió hacia el sargento Nicholl.

– Nick, quiero que realices una búsqueda a nivel nacional sobre Ronnie Wilson. Mira a ver si encuentras algo en el extranjero.

El joven agente asintió. Parecía tan exhausto y pálido como siempre. No cabía duda que había pasado otra noche en vela sufriendo las alegrías de la paternidad, pensó Grace.

Se dirigió a Lizzie Mantle.

– ¿Quieres añadir algo?

– Estoy pensando en este personaje, Ronnie Wilson -dijo-. Según la balanza de probabilidades, a estas alturas tendría que ser el primero de la lista de sospechosos.

Grace se sacó el chicle de la boca y lo tiró en una papelera que tenía al lado.

– Estoy de acuerdo -asintió-. Pero necesitamos saber más sobre él y su mujer, comprender su vida en común, a ver si podemos encontrar un móvil. ¿Tenía una amante? ¿Lo tenía ella? Veamos qué podemos eliminar.

– En cuanto se elimina lo imposible, lo que queda, por muy improbable que sea, tiene que ser la verdad -intercedió Norman Potting.

Hubo un breve momento de silencio. Potting parecía tremendamente satisfecho consigo mismo.

Entonces Bella Moy lo miró y dijo mordazmente:

– Sherlock Holmes. Muy bien, Norman. Los dos sois más o menos de la misma generación.

Grace le lanzó una mirada de advertencia, pero ella se encogió de hombros y comió otro Malteser. Roy se volvió hacia Emma-Jane Boutwood.

– E-J, también quiero que te encargues de establecer el árbol genealógico de los Wilson.

– Yo tengo una información -dijo Norman Potting-. Anoche hice los deberes y consulté la base de datos de la policía. Ronnie Wilson tenía antecedentes.

– ¿Previos? -dijo Grace.

– Sí. Era un habitual para la policía de Sussex. La primera vez que lo ficharon fue en 1987. Trabajaba para un concesionario deshonesto de coches de segunda mano que trucaba vehículos y volvía a juntar las piezas de los que quedaban inservibles.

– ¿Qué pasó? -preguntó Grace.

– Doce meses, pendiente de un hilo. Luego volvió a las andadas.

Bella Moy le interrumpió.

– Disculpa… ¿Has dicho «pendiente de un hilo»?

– Sí, nena. -Potting imitó estar colgado de una cuerda por el cuello-. Sustitución de la pena de prisión.

– ¿Hay alguna posibilidad de que hables en un idioma que comprendamos todos? -replicó Bella.

Potting parpadeó.

– Creía que todos entendíamos el argot cockney. Es lo que hablan los delincuentes.

– En las películas de los años cincuenta -dijo ella-. Tu generación de delincuentes.

– Bella -la amonestó Grace con delicadeza.

Ella se encogió de hombros y no dijo nada.

Norman Potting continuó.

– En 1991, Terry Biglow cumplió cuatro años. Era un truhán, estafaba a viejecitas. -Hizo una pausa y miró a Bella-. Truhán. ¿Algún problema? No tiene nada que ver con cosas guarras.

– Ya sé lo que es un truhán -dijo ella.

– Bien -continuó-. Ronnie Wilson trabajó para él. Lo acusaron de cómplice, pero un abogado inteligente lo libró gracias a un tecnicismo. He hablado con Dave Gaylor, que fue el fiscal encargado del caso.

– ¿Trabajó con Terry Biglow? -dijo Grace.

Todos los presentes conocían el apellido Biglow. Eran una de las familias de delincuentes de mayor tradición de la ciudad. Con tres generaciones dedicadas al tráfico de drogas, las antigüedades robadas, la prostitución y la intimidación de testigos, entre otros, eran un sinónimo idéntico de todas las formas de delitos graves.

Grace miró a la inspectora Mantle.

– Al parecer podrías tener razón, Lizzie. Hay motivos suficientes para anunciar como mínimo que tenemos un sospechoso.

Aquello gustaría a Alison Vosper, pensó. Siempre le gustaba esa frase: «Tenemos un sospechoso». A su vez, le hacía quedar bien con su superior, el inspector jefe. Y si su superior estaba contento, ella estaba contenta.

Y si estaba contenta, solía dejar en paz a Grace.

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