Octubre de 2007
Abby parpadeó, mientras un ruido extraño y quejumbroso la despertaba de un sueño confuso. Le dolía el estómago. Tenía la cara entumecida. Estaba congelada de frío. Temblaba. Miraba una pared de azulejos color crema. Por un momento pensó que estaba en un avión, ¿o era el camarote de un barco?
Entonces se dio cuenta, poco a poco, de que algo no iba bien. No podía moverse. Olió a plástico, lechada, cemento para azulejos, desinfectante.
Ahora comenzaba a recordar. Y mientras una oscuridad envolvente estallaba en su interior, se acordó de todo.
El miedo recorrió su cuerpo. Intentó levantar el brazo derecho para tocarse la cara y vio que no podía moverse.
Ni abrir la boca.
Tenía la cabeza tan echada para atrás que notaba el cuello tenso y algo duro se le clavaba en la espalda. Era la cisterna, comprendió. Estaba sentada en el retrete. Le resultaba difícil ver algo más allá de lo que tenía justo delante y tuvo que forzar los ojos para mirar abajo. Cuando lo consiguió, vio que estaba desnuda, atada con cinta americana gris alrededor de la cintura, los pechos, las muñecas, los tobillos, la boca y también la frente, supuso, porque era lo que notaba.
Estaba en el cuarto de baño de invitados de su casa, mirando la cabina de la ducha, con un paquete de jabón caro en el plato que no había abierto nunca, un lavamanos y algunos toalleros y las paredes hermosamente alicatadas en color crema con azulejos romanos y una moldura. A la derecha había una puerta que llevaba al minúsculo lavadero, en el que se apretujaban una lavadora y una secadora, y al fondo había otra puerta que daba a la salida de incendios y a las escaleras. La puerta principal que daba al vestíbulo, a su izquierda, estaba entreabierta.
Empezó a temblar y estuvo a punto de vomitar de miedo. No sabía cuánto tiempo llevaba encerrada aquí dentro, en esta habitación pequeña y sin ventanas. Intentó cambiar de posición, pero las ataduras estaban demasiado fuertes.
¿Se había ido? ¿Lo había cogido todo y la había dejado aquí así?
Le dolía el estómago. La cinta estaba tan apretada que comenzaba a perder la sensibilidad en algunas zonas y notaba un hormigueo en la mano derecha. El asiento del inodoro se le clavaba en el trasero y los muslos.
Intentaba recordar qué había detrás del retrete, para identificar a qué estaba pegada la cinta americana. Pero no lo visualizaba.
La luz estaba encendida, por eso funcionaba el extractor de aire, comprendió, y oía ese ruido constante y lúgubre.
Su miedo se transformó en desesperación. Se había marchado. Después de todo lo que había pasado, ahora esto. ¿Cómo había dejado que ocurriera? ¿Cómo había sido tan estúpida? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?
Su desesperación se transformó en ira.
Y otra vez en miedo cuando vio moverse una sombra.