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Octubre de 2007


A las 18.30 comenzó la cuarta reunión informativa de la Operación Dingo. Pero mientras Roy Grace empezaba a leer el resumen a su equipo, vaciló, al ver que Glenn Branson lo miraba de un modo un poco raro y movía las ventanas de la nariz, como si intentara enviarle una señal.

– ¿Algún problema? -le preguntó Grace.

Entonces vio que varias de las personas congregadas en el área de trabajo también parecían mirarlo de un modo extraño.

– Hueles como a fruta, jefe -dijo Glenn-. Si no te molesta que saque un tema personal… no llevas tu colonia habitual, ya me entiendes. ¿Te has metido o sentado en algo?

Horrorizado, Grace se percató por dónde iba el sargento.

– Oh, sí, disculpad. Yo… Acabo de volver de una clase de adiestramiento para perros. El pequeño cabroncete me vomitó encima en el coche. Creía que me había limpiado bien.

Bella Moy metió la mano en su bolso y le dio a Grace un frasco de perfume en spray.

– Esto lo tapará-le dijo.

Vacilante, se roció los pantalones, la camisa y la chaqueta.

– Ahora hueles a burdel -comentó Norman Potting.

– Vaya, muchas gracias -dijo Bella, mirándolo indignada.

– Pero qué sabré yo, naturalmente -farfulló Potting, en un intento pobre por salvar la situación. Luego añadió-: Hace poco leí que los coreanos comen perros.

– Ya basta, Norman -dijo Roy Grace, serio, y siguió adelante con la agenda-. De acuerdo, Bella, primero, ¿puedes informarnos de lo que has averiguado hasta la fecha sobre la estancia en Estados Unidos de Joanna Wilson? Mi hombre no ha conseguido nada.

– He hablado con el agente de la fiscalía del distrito de Nueva York que me sugeriste, Roy. Me ha mandado un e-mail hace una hora donde me cuenta que antes del 11-S todas las cuestiones de inmigración las llevaba la Agencia de Inmigración y Naturalización. Ahora ya no. Se ha fusionado con el Departamento de Aduanas y ahora se llama Departamento de Seguridad Aduanera e Inmigración. Dice que a menos que entrara con un visado para una estancia prolongada, no constará ningún registro. Ha revisado los archivos correspondientes a los años noventa y no aparece que entrara en el país con ningún visado, pero dice que no hay forma de averiguar si fue o no fue a Estados Unidos.

– De acuerdo, gracias. Emma-Jane, ¿qué progresos has hecho con el árbol genealógico? ¿Has localizado a algún pariente de Joanna Wilson?

– Bueno, no parece que tenga demasiados. He encontrado a un hermanastro gay que es todo un personaje. Se hace llamar Mitzi Dufors, rondará los sesenta años, lleva minishorts de cuero con tachuelas y va todo cubierto de piercings. Hace una especie de espectáculo drag queen en un club gay de Brighton. No se deshizo en elogios hacia su difunta hermanastra.

– No te puedes fiar de los hombres de mediana edad que llevan minishorts de cuero -intercedió Norman Potting.

– ¡Norman! -dijo Grace, disparando un tiro de advertencia.

– No es que tú seas un gurú de la moda precisamente -replicó Bella.

– ¡Vale, ya basta, los dos! -dijo Grace.

Potting se encogió de hombros como un niño caprichoso.

– ¿Algo más que haya dicho su hermanastro?

– Dice que Joanna heredó una casita de su madre en Brentwood un año antes de irse a Estados Unidos, más o menos. Imaginó que había utilizado el dinero de la venta para financiar su carrera de actriz allí.

– Deberíamos intentar averiguar de cuánto dinero hablamos y qué hizo con él. Buen trabajo, E-J.

Grace hizo algunas anotaciones y pasó a Branson.

– Glenn, ¿habéis hablado tú y Bella con los Klinger?

Branson sonrió.

– Creo que hemos pillado a Stephen Klinger en un buen momento, después de comer estaba borracho como una cuba y muy hablador. Nos dijo que Joanna no caía muy bien a nadie… Parece que era una verdadera zorra. Embaucó de lo lindo a Ronnie y a nadie le importó demasiado que lo dejara, o eso pareció entonces, y se marchara a Estados Unidos. Ha confirmado que Ronnie volvió a casarse, con Lorraine, después de esperar diligentemente a que se cumpliera el periodo legal por abandono. Cuando Ronnie murió, Lorraine se quedó desconsolada. Las cosas empeoraron para ella, si era posible, porque la dejó bien jodida económicamente hablando. -Grace anotó el dato-. Le embargaron el coche, luego la casa. Parece que Wilson era un pusilánime. No tenía nada, ningún activo. Su viuda acabó desahuciada de su elegante casa en Hove y se trasladó a un piso de alquiler. Un año después, en noviembre de 2002, dejó una nota de suicidio y se tiró del ferry de Newhaven a Dieppe. -Hizo una pausa-. También hemos ido a ver a la señora Klinger, pero más o menos ha confirmado lo que nos ha dicho su marido.

– ¿Algún pariente ha podido corroborar su estado de ánimo? -preguntó Grace.

– Sí, tiene una hermana que es azafata de British Airways. Acabo de contactar con ella, pero estaba trabajando y no podía hablar. Hemos quedado mañana. Pero también confirma lo que ha dicho Klinger. Ah, sí… También dice que llevó a Lorraine a Nueva York en cuanto hubo vuelos otra vez. Estuvieron una semana dando vueltas por la ciudad con una fotografía grande de Ronnie. Ellas y miles de personas más.

– Entonces está convencida de que Ronnie murió el 11-S.

– Completamente -dijo Glenn-. Estaba en una reunión en la Torre Sur con un tipo llamado Donald Hatcook. Todos los del piso de Hatcook fallecieron, instantáneamente casi seguro. -Entonces consultó sus notas-. Me preguntaste por ese tío, Chad Skeggs.

– Sí, ¿qué has descubierto?

– El Departamento de Investigación Criminal de Brighton lo busca para interrogarlo en relación a una acusación de abusos deshonestos a una joven en 1990. La historia de la chica es que salieron de una discoteca y se fueron juntos y que luego él Je dio una soberana paliza. Podría estar relacionado con una práctica sadomasoquista. Es posible que al principio ella accediera y que luego él no parara. Fue una agresión muy fea, acompañada de una acusación de violación, pero en ese momento se decidió que no era de interés público viajar a Australia y extraditarlo. No creo que volvamos a verlo por Inglaterra, a menos que sea muy estúpido.

Grace se volvió hacia el agente Nicholl.

– Nick, ¿qué informaciones tienes tú?

– Bueno -dijo-, la verdad es que es bastante interesante. Después de realizar una búsqueda a nivel nacional sobre Wilson, que no me reportó nada que no supiéramos ya, decidí que era probable que un hombre de negocios como él, con su elegante casa en Hove 4, tuviera contratado un seguro de vida. Investigué un poco y descubrí que Ronnie Wilson tenía un seguro de vida de poco más de un millón y medio de libras con Norwich Union.

– Supongo que su viuda no sabía nada de esto, ¿verdad? -dijo Grace.

– Creo que sí -dijo Nick Nicholl-. Se lo pagaron entero en marzo de 2002.

– ¿Cuando vivía en un piso alquilado, tan afligida? -preguntó Grace.

– Hay más -dijo el agente-. En julio de 2002, diez meses después de que muriera su marido, Lorraine Wilson recibió un pago de dos millones y medio de dólares del fondo de compensación a los familiares de las víctimas del 11-S.

– Tres meses antes de que se tirara del ferry -dijo Lizzie Mantle.

– De que presuntamente se tirara del ferry de Newhaven a Dieppe -dijo Nick Nicholl-. Oficialmente todavía figura como desaparecida en el registro de la policía de Sussex. He revisado el expediente y los investigadores de entonces no estaban del todo convencidos de que se suicidara. Pero el rastro se perdió.

– Dos millones cuatrocientos mil dólares… Con el tipo de cambio de entonces, eso serían casi un millón setecientas cincuenta mil libras -dijo Norman Potting.

– ¿Así que murió en la miseria, con más de tres millones en el banco? -dijo Bella.

– Con esa guita podrías comprarte un montón de Maltesers -le dijo Norman Potting.

– Salvo que el dinero no estaba en el banco -dijo Nick Nicholl y levantó dos carpetas-. He logrado obtenerlas un poco más deprisa de lo normal, gracias a Steve.

Hizo un gesto de agradecimiento con la mano al agente Mackie, de treinta años, sentado más adelante en la mesa y vestido con vaqueros y una camisa blanca con el cuello desabotonado.

Mackie hablaba con una autoridad tranquila y desprendía un aire de orden y eficacia, algo que gustaba a Grace.

– Mi hermano trabaja en HSBC, ha agilizado los trámites de mi petición.

Entonces, Nick Nicholl sacó un fajo de documentos de una de las carpetas.

– Todo esto son extractos de las cuentas conjuntas de Ronnie y Lorraine Wilson a partir del año 2000. Muestran un descubierto cada vez mayor, con ingresos de pequeñas cantidades muy de vez en cuando. -Volvió a guardarlos en la carpeta y levantó la segunda-. Esto es mucho más interesante. Es una cuenta corriente abierta sólo a nombre de Lorraine Wilson en diciembre de 2001.

– Para el dinero del seguro de vida, supongo -dijo Lizzie Mantle.

Nick Nicholl asintió y Grace quedó impresionado. Normalmente el joven carecía de confianza en sí mismo, pero ahora parecía muy seguro.

– Sí, le ingresaron el dinero en marzo de 2002.

– ¿Tan deprisa se lo pagaron? -preguntó Lizzie Mantle-. Creía que si no se hallaba el cuerpo, había que esperar siete años para poder declarar oficialmente muerto al desaparecido.

Mientras hablaba, evitó deliberadamente mirar a Roy Grace a los ojos, sabiendo que se trataba de un tema delicado para él a nivel personal.

– Hubo un acuerdo internacional, gracias a una iniciativa del alcalde Giuliani -dijo Steve Mackie-, para no aplicar este periodo de espera a las familias de las víctimas del 11-S y acelerar los pagos. Nick Nicholl desplegó varios extractos bancarios delante de él. La cantidad total del pago por valor de un millón y medio de libras había sido retirada en sumas de distinto montante, en metálico, durante los tres meses siguientes.

– ¿Qué hizo con el dinero? -quiso saber Grace.

Nick Nicholl levantó las manos.

– Su hermana se quedó total y absolutamente patidifusa cuando se lo dije. No podía creérselo. Me dijo que Lorraine vivía de lo que le daban ella y los amigos.

– ¿Y qué hay del pago correspondiente a la compensación del 11-S? -preguntó Grace.

– Se ingresó en su cuenta en julio de 2002. -Nicholl levantó el extracto pertinente-. Y ocurrió lo mismo. El dinero fue retirado en distintas cantidades, en metálico, entre la fecha del ingreso y unas semanas antes de que dejara la nota de suicidio.

Todos los presentes tenían el ceño fruncido. Glenn Branson se dio unos golpecitos en los dientes con un bolígrafo. Lizzie Mantle, ocupada por un momento escribiendo una nota, levantó la vista.

– ¿Y no tenemos ni idea de en qué se utilizó todo este dinero? -preguntó-. ¿Le dijo a alguien del banco para qué era? Supongo que algunas preguntas le harían al retirar toda esa cantidad en metálico.

– El banco tiene la política de comprobar si los clientes están bajo algún tipo de coacción cuando retiran grandes cantidades de dinero en metálico -dijo el agente Mackie-. Cuando le preguntaron, dijo que ellos no la habían apoyado cuando su marido murió y que no iba a dejarles el dinero en ese banco ni de coña.

– Una mujer batalladora -comentó Lizzie Mantle.

– ¿No os parece que está surgiendo una especie de patrón? -preguntó Norman Potting-. La primera mujer de Wilson hereda, dice a sus amigos que se va a Estados Unidos y aparece en un desagüe. Luego su segunda mujer hereda y termina en el Canal.

Asintiendo, Grace decidió que había llegado el momento de añadir su última información, cortesía de Cassian Pewe.

– Tal vez esto arroje algo de luz a todo este asunto -dijo-. El mes pasado, la policía de Geelong, cerca de Melbourne, Australia, encontró el cadáver de una mujer en el maletero de un coche en un río. Los informes forenses calculan que llevaba muerta un máximo de dos años. La mujer se había realizado implantes mamarios que se correspondían con un lote entregado al hospital Nuffield, aquí en Woodingdean, en junio de 1997. La receptora de los que coinciden con el número de serie fue Lorraine Wilson.

Hizo una pausa para que el dato calara.

– Entonces… ¿qué? ¿Fue nadando desde el Canal de la Mancha a Australia y luego subió por un río? -dijo Glenn Branson-. ¿Con más de tres millones en billetes dentro del traje de baño?

– Y eso no es todo -siguió Roy Grace-. Estaba embarazada de cuatro meses. La policía australiana no encontró ningún resultado de ADN positivo en sus registros para poder identificar a la madre ni una correspondencia familiar para el padre y se preguntaron si tal vez habría algo en la base de datos de ADN de Reino Unido. Estamos a la espera. Si hay alguna coincidencia, lo sabremos mañana, espero.

– Houston, parece que tenemos un problema -dijo Norman Potting.

– O una pista, quizá -le corrigió Grace-. La autopsia de Melbourne indica que la causa probable de la muerte fue por estrangulamiento. Llegaron a esta conclusión porque Lorraine Wilson tenía roto el hueso hioides, el hueso en forma de U en la base del cuello.

– La misma causa probable de la muerte de Joanna Wilson -dijo Nick Nicholl.

– Recuerdas bien -dijo Grace-. Hoy estás en plena forma, Nick. ¡Me alegro de que las noches sin dormir no te hayan quitado agudeza mental!

Nicholl se ruborizó, parecía satisfecho de sí mismo.

– Ronnie Wilson no se las ha apañado mal para estar muerto -dijo Norman Potting-. Consiguió estrangular a su mujer.

– No tenemos suficientes pruebas para suponer eso, Norman -dijo Grace, aunque por dentro se preguntaba lo mismo. Miró su agenda-. De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer. Si se gastó más de tres millones de libras en metálico en pocos meses, alguien lo sabrá. Glenn y Bella, quiero que lo convirtáis en vuestra prioridad. Empezad otra vez con los Klinger. Averiguad todo lo que podáis sobre los círculos que frecuentaban los Wilson. ¿En qué se gastaban el dinero? ¿Apostaban? ¿Se compraron una casa en el extranjero? ¿O un barco? Tres millones doscientas cincuenta mil libras es mucho dinero… Y más aún hace cinco años.

Branson y Bella asintieron.

– Steve, ¿puedes utilizar tu contacto en el banco para averiguar qué pasó con la herencia de Joanna Wilson? Me hago cargo de que han pasado diez años y que es posible que no haya registros. Haz lo que puedas.

Grace hizo una pausa para revisar sus notas, luego prosiguió.

– Mañana me voy a Nueva York a ver qué puedo averiguar. Tengo pensado volver al día siguiente, el jueves por la noche, y estar aquí el viernes por la mañana. Quiero que vosotros, Norman y Nick, vayáis a Australia.

Potting pareció más contento que unas pascuas con la noticia, pero Nicholl parecía preocupado.

– Tenéis reservado un vuelo para mañana por la tarde. Perderéis un día y llegaréis a primera hora de la mañana del viernes, hora de Melbourne. Podrías dedicar todo el día a la investigación y, con la diferencia horaria, podríais informarnos aquí durante la reunión del viernes por la mañana. Pareces inquieto por algo, Nick. ¿No puedes alejarte de tus deberes paternales?

El agente asintió.

– ¿Te parece bien ir?

Volvió a asentir, esta vez más enérgicamente.

– ¿Alguno de los dos ha estado en Australia?

– Yo no, pero tengo un primo que vive en Perth -dijo Nick Nicholl.

– Eso está casi tan lejos de Melbourne como Brighton -dijo Bella.

– ¿Entonces no me dará tiempo a visitarle?

– No te vas de vacaciones. Vas a trabajar -le reprendió Grace.

Nick Nicholl asintió.

– A seguir los pasos de una muerta -dijo Norman Potting.

Y tal vez también los de un muerto, presentía Grace.

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