Octubre de 2007
A Ricky le habría ido bien otro Mars -se moría de hambre-, pero no quería arriesgarse a salir del coche para buscar uno, por si se le escapaba. Dios santo, hacía más de media hora que había entrado en la tienda de móviles… ¿Qué hacía esa zorra allí dentro? Seguro que era incapaz de decidir qué color comprar.
¡El taxi le costaría una fortuna! ¿Y qué dinero utilizaría para pagarlo?
El suyo, por supuesto.
¿Lo hacía a propósito para enfadarle, porque sabía que estaría observándola en alguna parte?
Pagaría por todo esto. De mil maneras. Y aún más.
Le pediría perdón a gritos. Una vez y otra y otra. Antes de que acabara con ella.
Una sombra se posó en la ventanilla. Entonces vio a un guardia de tráfico mirando dentro. Ricky bajó la ventanilla.
– Vengo a recoger a mi madre -dijo-. Está discapacitada… No tardará demasiado.
El guardia, un joven desgarbado de rostro huraño y que llevaba la gorra con aire desenfadado, no se quedó impresionado.
– Lleva aquí media hora.
– Me está volviendo loco -dijo Ricky-. Sufre demencia senil, primeras fases. -Dio unos golpecitos en su reloj-. Tengo que llevarla al hospital. Deme un par de minutos más.
– Cinco minutos -dijo el guardia, y se marchó con aire arrogante. Luego se detuvo junto a un coche que había delante y comenzó a teclear una multa en su máquina.
Ricky observó el altercado que tuvo con la propietaria unos momentos después, una mujer airada, y siguió contemplando cómo se alejaba. Entonces vio, horrorizado, que habían pasado veinte minutos más.
Dios mío, ¿cuánto tiempo necesitas para comprar un puto teléfono?
Transcurrieron cinco minutos más. Y otros cinco. De repente, el taxi arrancó y el tráfico lo engulló.
Ricky reaccionó tardíamente. ¿Se le había escapado? ¿Había ordenado el guardia al taxi que circulara?
Arrancó el coche y lo siguió. Varios vehículos por delante, el taxi se dirigió hacia el mar, luego giró a la derecha. Guardando las distancias varios vehículos por detrás, siguió al conductor estúpido, imbécil, idiota, viejo, indeciso a un ritmo tan lento que tenía todas las probabilidades de ser adelantado por una tortuga. Avanzaron por el paseo marítimo, luego subieron una colina sinuosa que llevaba a un parque nacional abierto y ancho y a tierras de labranza y al precioso acantilado de Beachy Head, lugar preferido por los suicidas.
Tenía detrás un autobús de dos pisos, presionándole para que acelerara.
– ¡Vamos, capullo! -gritó por el parabrisas al taxi-. ¡Písale!
Todavía a la misma velocidad, pasó por delante del pub Beachy Head, siguiendo la carretera serpenteante hacia Birling Gap, luego continuaron subiendo y cruzaron el pueblo de East Dean. La agonía prosiguió a través de más campos abiertos, zigzagueando por Seven Sisters hasta llegar a Seaford. Luego pasaron por el puerto del ferry de Newhaven y subieron la colina hasta Peacehaven. Un joven de pelo largo y una chica estaban en una esquina a lo lejos con la mano levantada y, asombrado, Ricky vio que de repente el taxi encendía la luz de Ocupado y paraba.
Él también se detuvo y una hilera de tráfico que se había formado detrás lo adelantó a toda velocidad.
Observó a la pareja subirse.
El taxi estaba vacío.
Había estado siguiendo a un taxi vacío.
«Mierda, mierda, mierda. Zorra de mierda, ahora sí que la has cagado.»