Octubre de 2007
¡Las moscardas y moscas azules -o «moscas de culo azul», como las llaman en Australia- pueden oler un cadáver a veinte kilómetros de distancia, así que tienen bastantes cosas en común con los periodistas de sucesos, le gustaba decir siempre a Grace a los miembros de su equipo. Las moscas se alimentan de las proteínas fluidas de las excreciones que emanan de los cuerpos en descomposición; en eso tampoco se diferenciaban demasiado de los periodistas de sucesos, le encantaba añadir.
Y no era ninguna sorpresa que en estos precisos momentos ya hubiera uno delante de la puerta de la furgoneta del SOCO, el reportero de sucesos más persistente del Argus -y el mejor informado, había que decir-, Kevin Spinella. Demasiado bien informado, a veces.
Grace le dijo al vigilante de la escena del crimen que le había llamado por radio para informarle de la presencia del periodista que hablaría personalmente con Spinella, así que salió a la lluvia, aliviado por alejarse del aliento fétido de Norman Potting. Mientras se acercaba al reportero, observó a dos fotógrafos merodeando por el solar.
Spinella no llevaba paraguas, tenía las manos en los bolsillos y vestía una gabardina empapada de detective privado con trabillas y cinturón y con el cuello subido. Era un hombre menudo de rostro delgado, veintipocos años y ojos atentos, y masticaba afanosamente un chicle. Tenía el pelo negro y fino, peinado y engominado hacia delante, apelmazado por la lluvia.
Grace vio que debajo del abrigo el reportero llevaba un traje oscuro y una camisa que le quedaba una talla grande, como si todavía no hubiera crecido lo suficiente para llenarla. El cuello le caía descuidado, a pesar de llevar apretado el nudo grande y torpe de la corbata de poliéster carmesí. Sus ostentosos zapatos negros estaban cubiertos de barro endurecido.
– Llegas un poco tarde, viejo amigo -dijo Grace a modo de saludo.
– ¿Tarde? -El periodista frunció el ceño.
– Las moscardas te han ganado por años.
Spinella le ofreció la sonrisa más mínima, como si no estuviera seguro de hasta qué punto Grace le estaba tomando el pelo.
– Me preguntaba si podría hacerle unas preguntas, comisario.
– Celebraré una rueda de prensa el lunes.
– ¿Puede avanzarme algo mientras tanto?
– Yo creía que quizá podrías decirme algo tú. Normalmente pareces mejor informado que yo.
De nuevo, el periodista pareció no estar seguro de su actitud. Con una sonrisa tímida de reconocimiento dijo:
– He oído que han encontrado un esqueleto, una mujer, en un desagüe justo allí, en la obra. ¿Es correcto?
El modo informal en que formuló la pregunta, como si fueran restos sin ninguna importancia, enfureció a Grace. Pero no debía perder los nervios, no ganaba nada enfadándose con Spinella; vista su experiencia con la prensa, siempre era mejor ser mesuradamente amable.
– Los restos son humanos -contestó-. Pero de momento no hemos podido determinar el sexo de forma concluyente.
– He oído que no hay duda de que es una mujer.
Grace sonrió.
– ¿Ves? Ya te he dicho que estabas mejor informado que yo.
– Entonces… mmm… ¿Lo es?
– ¿En quién quieres confiar, en tus fuentes o en mí?
El periodista se quedó mirando a Grace unos instantes, como si intentara leerle el pensamiento. Se formó una gota encima de su nariz, pero no intentó secarla.
– ¿Puedo preguntarle algo más?
– Si es rápido…
– He oído que el lunes empieza a trabajar un nuevo compañero en Sussex House, un policía de la Met, ¿es el comisario Pewe?
Grace notó que se tensaba. Un comentario petulante más e iba a quitarle esa gota de la nariz de un puñetazo.
– Has oído bien.
– Tengo entendido que la Met es el primer cuerpo de policía del Reino Unido que va a reducir la burocracia.
– ¿Ah, sí?
La sonrisa maliciosa del reportero era casi insoportable, como si conociera todo tipo de secretos que no quería revelar. Por un momento absurdo, Grace incluso pensó que tal vez Alison Vosper le hubiera filtrado información confidencial.
– Están contratando a funcionarios civiles para registrar las detenciones y que sus agentes puedan volver directamente a patrullar, en lugar de pasarse horas rellenando formularios -dijo Spinella-. ¿Cree que el departamento de investigación criminal de Sussex aprenderá algo del comisario Pewe?
Conteniendo el enfado, Grace fue cuidadoso con su respuesta.
– Estoy seguro de que el comisario Pewe será un miembro valioso del equipo del Departamento de Investigación Criminal de Sussex -contestó.
– Puedo citar sus palabras, ¿verdad? -La sonrisa era cada vez peor.
«¿Qué es lo que sabes, mierdecilla?»
La radio de Roy se activó. Se la acercó al oído.
– ¿Roy Grace?
Era uno de los miembros del SOCO que estaban en el túnel, Tony Monnington.
– Roy, he pensado que querrías saber que, al parecer, hemos encontrado nuestra primera posible prueba.
Grace se disculpó educadamente con el periodista y regresó al desagüe mientras llamaba a Norman Potting para decirle que tardaría unos minutos en regresar. Era extraño cómo las cosas que pasaban en la vida te hacían cambiar constantemente, pensó. Hacía un rato se moría por salir del desagüe. Ahora, cuando las alternativas eran estar bajo la lluvia y hablar con Spinella o volver a encerrarse en la furgoneta del SOCO con Norman Potting, de repente parecía que el desagüe había sumado muchos puntos a su favor.