11 de septiembre de 2001
Agarrando el teléfono inalámbrico y con un remolino terrible de penumbra en lo más profundo de su ser, Lorraine saltó de la tumbona. Corrió por el entablado, casi tropezó con Alfie y cruzó las puertas del patio. Sus pies se hundieron en el pelo blando de la alfombra blanca y las tetas y la pulsera dorada del tobillo le botaron al correr.
– Está allí -dijo a su hermana que estaba al teléfono, un susurro tembloroso en la voz-. Ronnie está allí ahora.
Cogió el mando y pulsó el botón. Apareció la BBC Uno. A través de la imagen de una cámara al hombro, reconoció al instante las Torres Gemelas altas y plateadas del World Trade Center. La sección superior de una de ellas escupía un humo negro y denso que casi la tapaba por completo. Arriba, la antena blanca y negra se alzaba hasta el cielo despejado azul cobalto.
«Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. Ronnie está ahí. ¿En qué torre tenía la reunión? ¿En qué planta?»
Apenas oía la voz agitada de un locutor estadounidense que decía: «No es una avioneta, es un avión grande. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!».
– Ahora te llamo, Mo -dijo Lorraine-. Ahora mismo te llamo.
Pulsó frenéticamente el número de móvil de Ronnie. Segundos después sonó el tono de comunicando. Volvió a intentarlo. Luego otra vez. Y otra.
«Oh, Dios mío, Ronnie, por favor, que no te haya pasado nada. Por favor, cariño, que no te haya pasado nada, por favor.»
Escuchó el quejido de las sirenas en la televisión. Vio gente mirando arriba. Había un montón de gente por todas partes, hombres y mujeres con ropa elegante y ropa de trabajo, todos quietos, inmóviles en un retablo extraño, algunos tapándose la cara con la mano, otros con cámaras. Luego las Torres Gemelas otra vez. Una de ellas escupiendo humo negro, ensuciando el azul hermoso del cielo.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Se quedó quieta.
Las sirenas sonaban más alto.
Casi nadie se movía. Sólo algunas personas corrían ahora hacia el edificio. Vio un coche de bomberos con una escalera larga, oyó las sirenas ululando, gimiendo, atravesando el aire.
Volvió a marcar el número de Ronnie. Comunicaba. Otra vez: comunicaba. Siempre comunicaba.
Volvió a llamar a su hermana.
– No consigo hablar con él -dijo llorando.
– Estará bien, Lori. Ronnie es un superviviente, no le habrá pasado nada.
– ¿Cómo…? ¿Cómo ha sucedido algo así? -preguntó Lorraine-. ¿Cómo ha podido hacer un avión algo así? Quiero decir…
– Seguro que está bien. Es horrible, increíble. Es como una de esas… Ya sabes… esas películas… esas películas de desastres.
– Voy a colgar. Puede que esté intentando hablar conmigo. Volveré a llamarle.
– ¿Me llamarás cuando consigas hablar con él?
– Sí.
– ¿Me lo prometes?
– Sí.
– No le ha pasado nada, cielo, te lo aseguro.
Lorraine volvió a colgar, paralizada por las imágenes que veía en el televisor. Se quedó mirándolas mientras marcaba el teléfono de Ronnie otra vez. Pero sólo consiguió pulsar la mitad del número.