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Octubre de 2007


– Adelante -dijo Alison Vosper, contestando a la persona que había llamado a su puerta.

Cassian Pewe había elegido cuidadosamente su vestuario para esta reunión. Su traje azul más elegante, su mejor camisa blanca y su corbata preferida, azul claro con dibujos geométricos blancos. Y se había echado tanta Eternity de Calvin Klein que parecía haberse marinado en ella.

Siempre se notaba cuando conectabas con alguien y Pewe sabía que había conectado con la subdirectora desde que se conocieron. Fue en enero, en una conferencia de la policía metropolitana sobre contraterrorismo y amenazas islámicas en las ciudades británicas. Había percibido más que un estremecimiento de sexualidad entre ellos. Estaba bastante seguro de que la razón por la que había insistido tan proactivamente y con tanto entusiasmo en que lo trasladaran al Departamento de Investigación Criminal de Sussex -y defendido su ascenso a comisario- era porque tenía en mente actividades extracurriculares.

Era bastante comprensible, naturalmente. Sabía lo atractivo que le consideraban las mujeres. Y durante toda su carrera hasta la fecha siempre se había centrado en las mujeres que tenían poder dentro del cuerpo de policía. No todas eran dóciles; de hecho, algunas eran tan duras como sus homólogos masculinos, incluso más. Pero un porcentaje razonable eran mujeres normales, inteligentes y fuertes, pero vulnerables emocionalmente. Sólo había que tocar las teclas adecuadas.

Por eso le sorprendió la frialdad con que le recibió la subdirectora cuando entró en su despacho.

– Toma asiento -le dijo sin levantar la vista de todos los periódicos que había desplegados sobre su mesa como una mano de póquer-. O quizá debería decir «No te quedes de pie, Pewe».

– Vaya, muy agudo -la aduló él.

Pero ninguna sonrisa rompió su expresión gélida. Sentada detrás de su enorme mesa de palisandro, siguió leyendo el artículo del Guardian, manteniéndolo a raya con sus manos de uñas elegantes.

Cassian se sentó despacio en el sillón de piel negra. Aunque habían pasado cuatro meses desde que el taxi en el que viajaba fuera aplastado por una furgoneta robada, lo que había provocado que se rompiera la pierna izquierda por cuatro sitios, todavía le dolía estar de pie durante largos periodos de tiempo. Pero no compartía esa información con nadie porque no quería que lo tacharan de semiinválido y poner en peligro sus posibilidades futuras en el cuerpo.

Alison Vosper siguió leyendo. Pewe miró las fotografías enmarcadas de su marido, un policía corpulento con la cabeza rapada varios años mayor que ella, y de sus dos hijos, dos niños con el uniforme del colegio y unas gafas bastante ridículas.

En las paredes había colgados varios certificados enmarcados con su nombre, además de un par de grabados antiguos de Brighton, uno de un hipódromo, el otro del puente colgante desaparecido tiempo atrás.

Sonó el teléfono. Vosper se inclinó hacia delante y miró la pantalla, luego descolgó y ladró:

– Estoy reunida, ahora te llamo. -Colgó y siguió leyendo-. Bueno, ¿cómo va todo? -preguntó de repente, sin dejar de leer.

– Por ahora, genial.

Vosper alzó la mirada y él intentó aguantar y mantener el contacto visual, pero casi de inmediato ella bajó la vista a algo que había en otra parte de la mesa. Alargó la mano, lo cogió y luego revolvió algunas páginas de papeles escritos a ordenador, una especie de informe, como si buscara algo.

– Tengo entendido que te han asignado los casos sin resolver.

– Sí.

Vosper llevaba una chaqueta negra corta y ajustada encima de una blusa blanca de cuello mao, cerrada con un broche plateado con un ópalo. Sus pechos, con los que había fantaseado, quedaban casi aplastados. Entonces, lo miró y sonrió. Una sonrisa larga, casi insinuante.

Pewe se derritió al instante, pero volvió a perder el contacto visual cuando ella bajó la mirada y empezó otra vez a revolver los papeles.

Desprendía un olor intensamente agradable, pensó. No era guapa, pero se sentía muy atraído por ella. Tenía la piel blanca y sedosa e incluso le intrigaba la pequeña verruga justo encima del escote de su blusa, esa única imperfección minúscula. Llevaba una fragancia cítrica que le encendía por dentro. Tenía un aspecto puro, y fuerte, e irradiaba autoridad. Quería pasar al otro lado de la mesa, arrancarle la ropa y retozar con ella sobre la moqueta.

Tuvo una erección al pensarlo.

Y ella seguía mirando a la mesa, ¡revolviendo los malditos papeles!

– Me alegro de volver a verte -dijo Pewe con delicadeza, para motivarla.

El comisario dejó escapar un suspiro de expectación. ¿Sentía ella lo mismo por él y se mostraba esquiva? Tal vez le sugiriera quedar luego los dos en algún sitio y tomar una copa. En algún lugar íntimo y acogedor.

Podía invitarla a su casa frente al puerto deportivo. Molaba bastante, con sus vistas a los yates.

Ahora se había puesto a leer el Guardian otra vez.

– ¿Buscas algo? -le preguntó Cassian-. ¿Mencionan a la policía de Sussex?

– No -respondió ella quitándole importancia-. Sólo intento ponerme al día con las noticias de hoy. -Entonces, sin levantar la vista, dijo-: Supongo que realizarás un informe sobre cuántos casos sin resolver son destacables.

– Bueno, sí, por supuesto -contestó.

– ¿Asesinatos, muertes sospechosas? ¿Personas desaparecidas hace tiempo? ¿Otros crímenes que hayan pasado inadvertidos?

– Todo eso.

Vosper pasó al Telegraph y examinó la portada.

Cassian la miró con incertidumbre. Había una barrera invisible entre ellos y se sintió totalmente abatido.

– Mira, yo… Me preguntaba si podía hablar contigo extraoficialmente.

– Adelante. -Mientras él hablaba, Vosper pasó deprisa varias páginas.

– Bueno, ya sé que se supone que debo informar a Roy Grace, pero hay algo de él que me preocupa.

Ahora logró captar toda su atención.

– Continúa.

– Ya sabes que su mujer desapareció, por supuesto -dijo.

– Todo el cuerpo lleva viviendo con ello los últimos nueve años -contestó ella.

– Bueno, ayer me entrevisté con sus padres. Están muy preocupados. Tienen la sensación de que nadie de la policía de Sussex ha llevado a cabo una investigación imparcial.

– ¿Puedes explicarte?

– Sí. Bueno, la cuestión es ésta: durante todo este tiempo, el único agente de la policía de Sussex que ha asumido la responsabilidad de revisar la investigación sobre su desaparición ha sido el propio Roy. Para mí, no es normal. Quiero decir que en la Met no habría pasado.

– ¿Qué estás diciendo exactamente?

– Bueno -prosiguió Pewe de manera afectada-, sus padres se sienten muy incómodos con esto. Leyendo entre líneas, creo que sospechan que Roy oculta algo.

Vosper se quedó mirándolo unos momentos.

– ¿Y tú qué crees?

– Me gustaría obtener tu permiso para darle prioridad a este caso y seguir indagando. Utilizar mi discreción para tomar las medidas investigadoras que considere necesarias.

– Concedido -dijo ella. Luego volvió a mirar sus periódicos y lo despidió con un solo movimiento de la mano. La mano en la que llevaba el solitario y la alianza.

Cuando se levantó, ya no estaba empalmado, pero sintió una clase distinta de excitación.

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