Octubre de 2007
Después de la reunión informativa, Roy Grace se retiró al refugio tranquilo de su despacho y dedicó unos momentos a mirar por la ventana, al otro lado de la carretera, al aparcamiento del ASDA y al edificio horrendo del supermercado, que obstaculizaba una vista espléndida de todo el municipio de Brighton y Hove que tanto amaba. Al menos podía ver algo de cielo y, por primera vez en varios días, había trozos azules con rayos de sol que se filtraban a través de las nubes.
Sosteniendo con las dos manos la taza de café que Eleanor acababa de traerle, bajó la mirada a las bandejas de plástico que contenían sus preciadas colecciones: tres docenas de mecheros antiguos que todavía no había colocado en ninguna vitrina y una magnífica selección de gorras de cuerpos policiales internacionales.
Junto a la trucha disecada, que utilizaba para enseñar a los policías jóvenes una analogía entre la paciencia y la pesca, estaba una nueva adquisición, un regalo de cumpleaños de Cleo. Era una carpa disecada, dentro de una caja transparente, en cuya base había grabada la leyenda Carpe Diem-un juego de palabras horrible.
Su maletín descansaba abierto sobre la mesa, junto a su móvil, su dictáfono y un fajo de transcripciones de juicios que estaba ayudando a preparar. Esa mañana debía repasar una, porque el fiscal no dejaba de insistir.
Y además, gracias a su ascenso, ahora tenía montones de expedientes nuevos que se acumulaban minuto a minuto y que Eleanor iba entrando y colocando en todas las superficies disponibles. Contenían los resúmenes de todos los casos de delitos graves que el departamento de investigación criminal estaba examinando actualmente y que ahora él tenía que revisar. Hizo una lista de todo lo que debía indagar para la Operación Dingo y luego repasó la transcripción, lo que le llevó una hora. Cuando acabó, sacó su libreta y, abriéndola por el final, leyó su anotación más reciente. Tenía una letra tan mala que tardó un momento en descifrarla y recordar.
Katherine Jennings, piso 82, Arundel Mansions,
Lower Arundel Terrace, 29.
Miró las palabras sin comprender, por un instante. Esperó a que las sinapsis de su cerebro funcionaran y le proporcionaran algún recuerdo de por qué había escrito aquella dirección. Entonces se acordó de que Kevin Spinella le había abordado después de la rueda de prensa de ayer. Le había dicho algo sobre que habían sacado a aquella mujer de un ascensor y que parecía asustada por algo.
La mayoría de la gente atrapada en un ascensor se habría asustado. A él, que era un poco claustrofóbico y le daban miedo las alturas, seguramente también le habría pasado. Se habría muerto de miedo. Aun así, nunca se sabía. Decidió cumplir con su deber e informar a la policía del distrito de East Brighton. Marcó el número interno del agente más eficaz que conocía en aquella comisaría, el inspector Stephen Curry, le dio el nombre y la dirección de la mujer y le puso en antecedentes.
– No lo conviertas en una prioridad, Steve. Pero quizás alguno de tus policías podría pasarse en algún momento de su ronda, asegurarse de que todo está bien.
– Por supuesto -dijo Stephen Curry, que parecía estresado-. Yo me ocupo.
– Todo tuyo -dijo Grace.
Después de colgar, miró el trabajo que se acumulaba en su mesa y decidió que ya iría más tarde a recoger el coche, hacia la hora de comer. Así tomaría un poco el aire. Disfrutaría un poco del sol inesperado e intentaría despejarse. Luego se acercaría hasta el centro para ver si encontraba a uno o dos de los viejos conocidos de Ronnie. Sabía bien por dónde empezar a buscar.