Octubre de 2007
Abby oyó que una puerta se cerraba. La puerta del piso. Por un instante, recobró la esperanza. ¿Por algún milagro podía ser el conserje?
Entonces oyó el chirrido de los zapatos. Primero vio su sombra.
Ricky entró en el baño como una exhalación y Abby notó el crujido de su mano en la cara. Se estremeció dentro de sus ataduras.
– ¡Zorra de mierda!
Le dio otro bofetón, aún más fuerte. Casi no le reconoció. Iba disfrazado, con una gorra de béisbol azul bien calada y gafas de sol y llevaba barba y bigote poblados. Salió del cuarto y Abby observó, con los ojos doloridos, que cogía la bolsa del vestíbulo y vaciaba el contenido en el suelo.
Cayó un taladro, unas tenazas grandes, un martillo, una bolsa de agujas hipodérmicas y un cúter.
– ¿Por dónde quieres que empiece, zorra?
Un gemido de terror se apoderó de su garganta. Notó que se le aflojaban las tripas. Intentó hacer señas con los ojos. Suplicarle.
Ricky puso la cara justo delante de la suya.
– ¿Me has oído?
Abby intentó recordar hacia dónde le había dicho que moviera los ojos para decir «no». Izquierda. Los movió hacia la izquierda.
Ricky se arrodilló, cogió el cúter y acercó mucho el filo a su ojo derecho. Entonces le dio la vuelta y lo puso plano encima de su ojo. Abby notó el metal frío en su frente. Comenzó a hiperventilar de terror.
– ¿Te saco un ojo? ¿Me lo llevo? ¿Funcionaría? Entonces aún lo verías todo más negro.
Ella hizo una seña hacia la izquierda. «No, no, no.»
– Podría intentarlo, ¿verdad? Podría llevármelo y ver qué pasa.
«No, no, no.»
– Muy lista. Biométrica, reconocimiento ocular. Crees que ha sido muy inteligente, ¿verdad? Guardarlo todo en una caja de seguridad que requiere un reconocimiento ocular para acceder a ella. Bueno, ¿qué te parece si te arranco el ojo y me lo llevo, a ver si lo reconoce? Si no, volveré a por el otro.
De nuevo, Abby hizo una seña desesperada. «No, no, no.»
– Naturalmente, si no funciona estamos los dos jodidos, porque tú estarás ciega y yo no tendré una posición económica mejor. Y lo sabes, ¿verdad?
De repente, apartó el cúter. Luego, con un movimiento brusco, le quitó la cinta de la boca.
Abby gritó de agonía. Era como si le hubiera arrancado la mitad de la piel de la cara. Tragó aire a través de la garganta seca. Le ardía la cara.
– Habla, zorra.
La voz le salió como un graznido.
– Por favor, ¿puedes darme agua? Por favor, Ricky.
– Oh, ¡estupendo! -dijo-. ¡Muy gracioso! Me robas todo lo que tengo, me obligas a perseguirte por medio mundo y ¿qué es lo primero que me dices? -Imitó su voz-: «Oh, por favor, Ricky, ¿me das un vaso de agua?» -Meneó la cabeza con incredulidad-. ¿Cómo la quieres? ¿Natural o con gas? ¿Del grifo o de botella? ¿Qué tal el agua del retrete en la que no dejas de mearte? ¿Te parece bien? ¿La quieres con hielo y limón?
– Lo que sea -dijo ella con voz ronca.
– Ahora iré a buscarla -dijo-. Lo que tendrías que haber hecho era rellenar el menú del desayuno del servicio de habitaciones y colgarlo en la puerta anoche, así esta mañana tendrías todo lo que quieres. Pero supongo que estabas un poco liada, timando a tu antiguo amor Ricky. -Sonrió-. «Liada.» Tiene bastante gracia, ¿verdad?
Abby no dijo nada, intentaba con todas sus fuerzas pensar con claridad, para asegurarse de decir lo correcto cuando hablara y no enfurecerle aún más. Era bueno que por fin la dejara hablar, pensó. Y sabía lo desesperado que estaba por recuperar lo que le había arrebatado.
Ricky no era estúpido.
La necesitaba. En su mente, ésa era la única forma de conseguirlo. Le gustara o no, iba a tener que llegar a un acuerdo con ella.
Entonces, Ricky le acercó un móvil a la oreja y pulsó un número. Comenzó a reproducirse una grabación. Duró sólo unos segundos, pero fueron suficientes.
Eran ella y su madre. Una conversación telefónica que habían mantenido el sábado, la recordaba perfectamente. Oía su propia voz hablando.
– Escucha, mamá, ya no falta mucho. He llamado a Cuckmere House. Dentro de unas semanas queda libre una habitación preciosa con vistas al río y la he reservado. La he buscado en Internet y de verdad que es muy bonita. Y yo iré a verla, por supuesto, y te ayudaré con el traslado.
Entonces Abby oyó a su madre contestando. Mary Dawson, su cerebro despierto pese a la enfermedad que lo atrofiaba, replicó:
– ¿Y de dónde vas a sacar el dinero, Abs? He oído que estos sitios cuestan una fortuna. Doscientas libras al día, algunos. Incluso más.
– No te preocupes por el dinero, mamá, yo me encargo. Yo…
La grabación se detuvo bruscamente.
– Eso es lo que me gusta de ti, Abby -dijo Ricky, acercando su cara brillante a la de ella-. Eres todo corazón.