Octubre de 2007
Abby cruzó la habitación oscura corriendo, tropezó con un puf de piel y entró a tientas en el baño. Encontró el lavamanos y vomitó; tenía el estómago revuelto y los nervios destrozados.
Limpió el vómito, se enjuagó la boca y encendió la luz, respirando hondo. «Por favor, no dejes que tenga otro ataque de pánico.» Se quedó agarrada al lavamanos, con los ojos llorosos, aterrada por si Ricky echaba la puerta abajo en cualquier momento.
Tenía que irse de aquí y tuvo que recordarse por qué estaba haciendo todo aquello. Calidad de vida para su madre, ésa era la razón de todo. Sin dinero, los últimos años de su madre serían un infierno. Debía tener eso en mente.
Y pensar en lo que la aguardaba después: Dave esperando el mensaje que le dijera que ya estaban listos.
Estaba a tan sólo una transacción de darle a su madre un futuro digno. A un viaje de avión de la vida que siempre se había prometido.
Ricky era asqueroso. Un sádico. Un matón. No le creía.
Sabía que tenía que hacerle frente, demostrarle su fuerza; era el único idioma que entendía un matón. Y no era estúpido. Quería recuperarlo todo. No le servía de nada hacer daño a una anciana enferma.
«Dios mío, por favor.»
Abby regresó al salón, a esperar que volviera a llamar y dispuesta a cortar la llamada cuando lo hiciera. Luego, con el corazón en la boca, aterrada por si estaba cometiendo un error, salió a hurtadillas al pasillo aún más oscuro y subió por la escalera de incendios hasta el primer piso. Unos minutos después, desde el teléfono del piso de Doris, marcó un número distinto. Respondió la llamada una voz de hombre con buena dicción.
– ¿Podría hablar con Hugo Hegarty? -preguntó Abby.
– Por supuesto, al habla.
– Disculpe que llame tan tarde, señor Hegarty -dijo-. Tengo una colección de sellos que quiero vender.
– ¿Sí? -Pronunció la palabra de forma que sonara muy pensativa-. ¿Qué puede decirme de ellos?
Abby enumeró cada sello, describiéndolo detalladamente. Los conocía tan bien que eran como una fotografía grabada en su memoria. El hombre la interrumpió un par de veces para pedirle información específica.
Cuando terminó, Hugo Hegarty se quedó callado de un modo extraño.