Octubre de 2007
Roy Grace fue directamente de la reunión informativa a su despacho y llamó a Cleo para decirle que llegaría más tarde de lo planeado porque tenía que terminar unas cosas aquí, luego ir a casa y preparar una bolsa de viaje.
Había estado en Nueva York en varias ocasiones anteriormente. Había ido un par de veces con Sandy -una para comprar regalos de Navidad y otra por su quinto aniversario de bodas-, pero el resto de las veces había ido por trabajo y siempre disfrutaba visitando la ciudad. Tenía ganas especialmente de ver a los dos amigos policías que tenía allí, Dennis Baker y Pat Lynch.
Los había conocido hacía poco más de seis años cuando, siendo él inspector, había ido a Nueva York por una investigación de asesinato. Fue dos meses antes del 11-S. Dennis y Pat eran entonces agentes de la policía de Nueva York. Trabajaban en la comisaría de Brooklyn y fueron de los primeros en llegar al escenario del 11-S. Dudaba que hubiera dos hombres más capacitados que ellos en todo Nueva York para ayudarle a averiguar la verdad sobre si Ronnie Wilson había fallecido o no ese espantoso día.
Cleo no puso problemas, fue todo dulzura y suavidad, «ven cuando puedas», le dijo. Y tenía un premio muy, muy, muy sexy aguardándole, le aseguró. Como sabía por experiencias pasadas lo buenos que eran sus premios sexys, decidió que merecía la pena la factura del tinte que le costaría la sesión de adiestramiento canino y vómitos del pequeño Humphrey.
Centró su atención primero en sus e-mails. Contestó un par que eran urgentes y decidió dejar el resto para el viaje en avión de mañana por la mañana.
Luego, justo cuando comenzaba con el papeleo, llamaron a la puerta y, sin esperar respuesta, Cassian Pewe entró con cara de disgusto. Se plantó delante de la mesa de Grace; llevaba la chaqueta del traje colgada del hombro, el botón superior de la camisa desabrochado y la corbata cara aflojada.
– Roy, disculpa, perdona que entre así, pero estoy bastante dolido.
Grace levantó un dedo, terminó de leer un memorándum y luego le miró.
– ¿Dolido? Lo siento. ¿Por qué?
– Acabo de oír que vas a mandar al sargento Potting y al agente Nicholl a Melbourne mañana. ¿Es cierto?
– Sí, absolutamente cierto.
Pewe se dio unos golpecitos con el dedo en el pecho.
– ¿Y yo qué? Lo he empezado yo. Tendría que ser uno de los que va, ¿no te parece?
– Lo siento… ¿Qué quiere decir que lo has empezado tú? Creía que lo único que habías hecho era atender una llamada de la Interpol.
– Roy -dijo con un tono de súplica que sugería que Grace era su mejor amigo de toda la vida-, ha sido gracias a mi iniciativa por lo que todo ha avanzado tan deprisa.
Grace asintió, irritado por la actitud del hombre y la interrupción.
– Sí, y te lo agradezco. Pero debes entender que aquí en Sussex trabajamos en equipo, Cassian. Tú estás al frente de los casos sin resolver… Yo llevo una investigación candente. La información que me has proporcionado puede sernos de gran ayuda y he tomado nota de tu rapidez.
«Ahora lárgate de aquí y déjame seguir trabajando», quiso decirle, pero se calló.
– Te lo agradezco. Sólo creo que debería ser uno de los miembros del equipo que va a Australia.
– Eres más útil aquí -dijo Grace-. Es mi decisión.
Pewe lo miró y, en un ataque de despecho repentino, espetó:
– Creo que puedes acabar lamentándolo, Roy.
Luego salió furioso del despacho de Grace.