Noviembre de 2007
Una hora y media después de dejar a su madre, Abby arrastró la maleta con casi todo lo que iba a llevarse de Brighton por el andén de la estación de Gatwick y subió las escaleras mecánicas hasta el vestíbulo de llegadas. Entonces la guardó en la consigna de equipajes.
Con su bolso y el único sobre acolchado que el sargento Branson le había devuelto el sábado, que iba dentro de una bolsa de plástico, se acercó al mostrador de billetes de Easyjet y se unió a una cola corta. Era mediodía.
En su despacho, Roy Grace leía una pila enorme de informes que Norman Potting y Nick Nicholl le habían enviado por fax desde Australia durante las últimas veinticuatro horas. Se sentía un poco culpable por retener a Nicholl tanto tiempo allí, pero la lista de contactos que la amiga de Lorraine Wilson les había proporcionado era demasiado buena para pasarla por alto.
Sin embargo, a pesar de todo, aún no tenían ninguna pista positiva sobre dónde estaba Ronnie Wilson.
Miró su reloj: las 13.20. El almuerzo, que Eleanor le había ido a buscar al ASDA, descansaba sobre su mesa dentro de una bolsa de plástico. Un sándwich dietético de langosta y rúcula y una manzana. Poco a poco, día a día, iba cediendo a la presión que Cleo ejercía sobre él para que mejorara su dieta. Aunque tampoco se sentía distinto. Justo cuando metió la mano en la bolsa, sonó el teléfono.
Era Bill Warner, que ahora estaba al mando del Departamento de Investigación Criminal del aeropuerto de Gatwick.
Eran amigos desde hacía suficiente tiempo como para dejarse de cumplidos, así que el inspector de Gatwick fue directamente al grano.
– Roy, ¿has puesto una alerta sobre una mujer, Abby Dawson, también conocida como Katherine Jennings?
– Sí.
– Estamos seguros de que acaba de facturar en un vuelo de Easyjet a Niza que sale a las 15.45. Hemos comprobado la imagen que aparece de ella en la cámara de seguridad y coincide con las fotografías que has hecho circular.
Eran unas fotos que habían sacado de las cámaras de seguridad de la sala de interrogatorios. Siendo estrictos, según los términos de la Ley de protección de datos, Grace no debería haberlas utilizado sin el consentimiento de la mujer. Pero no le importaba.
– ¡Genial! -dijo-. ¡Es genial, joder!
– ¿Qué quieres que hagamos?
– Sólo tenedla vigilada, Bill. Es vital que no sepa que la están siguiendo. Quiero que suba a ese vuelo, pero voy a necesitar que algunos agentes vayan con ella, y refuerzos en Niza. ¿Puedes averiguar si el vuelo está completo y si podríamos subir a dos agentes? Si está lleno, tal vez podrías convencerlos para que echen a un par de pasajeros.
– Déjalo en mis manos. Ya te puedo confirmar de antemano que el avión sólo va medio lleno. Me pondré en contacto con la policía francesa. Imagino que lo que nos interesa es con quién podría reunirse.
– Exacto. Gracias, Bill. Mantenme informado.
Grace lanzó un puñetazo al aire de alegría, luego llamó a Glenn Branson.