11 de septiembre de 2001
Sentada en el borde del sofá esquinero del salón, Lorraine desenroscó la tapa de una botella de vodka en miniatura y vertió el contenido sobre los cubitos de hielo y la rodaja de lima del vaso. Su hermana había pasado antes a verla con una bolsa de plástico llena de frasquitos. Parecía que Mo siempre tenía una provisión interminable y Lorraine suponía que los birlaba del bar del vuelo en el que trabajara.
Eran las nueve de la noche. Casi había oscurecido ya y todavía tenía puestas las noticias. Lorraine llevaba viéndolas todo el día, hecha un mar de lágrimas. Las imágenes repetidas del horror, las declaraciones repetidas de los políticos. Ahora salía un grupo de gente en un estudio en Pakistán: un médico, un asesor informático, un abogado, una documentalista vocinglera, un empresario. Lorraine no podía creer lo que estaba oyendo. Decían que lo que había ocurrido hoy en Estados Unidos era bueno.
Se inclinó hacia delante y apagó el cigarrillo en un cenicero que rebosaba de colillas. Mo estaba en la cocina, preparando una ensalada y calentando algo de pasta. Lorraine miraba a aquellas personas, las escuchaba, perpleja. Eran personas inteligentes. Uno de ellos se reía, había alegría en su rostro.
– Ya era hora de que Estados Unidos se diera cuenta de que tiene que dejar de machacar al resto del mundo. No queremos sus valores. Hoy han aprendido una lección. ¡Hoy les tocaba a ellos recibir una paliza!
La documentalista asintió y amplió sus argumentos convincentemente.
Lorraine miró el teléfono, a su lado. Ronnie no había llamado. Habían muerto miles de personas, ¿y esta gente estaba contenta? Hombres y mujeres habían saltado de los rascacielos. ¿Una «paliza»?
Cogió el teléfono inalámbrico y se lo apretó contra las mejillas empapadas. «Ronnie, cariño, llama, llama. Llama, por favor. Por favor, llama.»
Mo siempre había sido protectora con Lorraine. Aunque sólo era tres años mayor, la trataba como si las separara toda una generación.
En realidad eran muy distintas. No sólo por el color del pelo -Mo lo tenía casi negro azabache- y su aspecto físico, sino por la actitud que mostraban ante la vida y la suerte les había tocado. Mo tenía una figura bien proporcionada, curvilínea y voluptuosa por naturaleza, era dulce, todo le iba como la seda. Lorraine había sufrido cinco años de un tratamiento de fertilidad in vitro humillante, agobiantemente caro y, a la larga, infructuoso. En cambio Mo se quedaba embarazada sólo pensando en la polla de su marido.
Había tenido tres hijos, uno tras otro, que estaban convirtiéndose en buenas personas. Era feliz con su marido delineante, tranquilo y sencillo, y su casa pequeña y agradable. A veces Lorraine deseaba poder ser como ella. Estar contenta en lugar de anhelar -ansiar- un estilo de vida mejor que el que tenía.
– ¡Lori! -gritó Mo con excitación desde la cocina.
Su hermana entró corriendo en la habitación y, por un momento, las esperanzas de Lorraine renacieron. ¿Había vislumbrado a Ronnie en las noticias?
Pero cuando Mo apareció, había horror en su rostro.
– ¡Deprisa! ¡Alguien te está robando el coche!
Lorraine saltó del sofá, metió los pies en las zapatillas, corrió hacia la puerta y la abrió. Aparcado justo después del sendero corto de la entrada, había un camión de plataforma con luces naranjas que parpadeaban en el techo. Dos hombres, de aspecto duro, estaban subiendo su BMW descapotable por unas rampas metálicas al camión.
– ¡Eh! -gritó, corriendo hacia ellos, lívida-. ¿Qué coño creen que están haciendo?
Los hombres siguieron subiendo el coche, que avanzaba sin cesar, balanceándose en la rampa. Mientras Lorraine se acercaba, el más alto se metió una mano sucia en el bolsillo delantero y sacó un fajo de papeles.
– ¿Es usted la señora Wilson?
– ¿Sí? -contestó preocupada, su confianza debilitada de repente.
– ¿Su marido es el señor Wilson?
– Sí. -Lorraine comenzaba a recuperar su rebeldía.
El hombre le mostró los documentos. Luego, en un tono más relajado, casi de disculpa, dijo:
– Financiera Inter-Alliance. Me temo que vamos a embargar este vehículo.
– ¿Qué quiere decir?
– No se ha realizado ningún pago en seis meses. El señor Wilson ha incumplido el contrato.
– Tiene que ser un error.
– Me temo que no. Su marido ha hecho caso omiso a las tres cartas de advertencia que se le han enviado. Bajo los términos del plan de financiación, la empresa está autorizada legalmente a embargar el vehículo.
Lorraine rompió a llorar mientras las ruedas traseras del BMW azul alcanzaban la parte superior de la rampa y se posaban en el camión de plataforma.
– Por favor… Ya ha visto las noticias de hoy. Mi marido está ahí. Está en… en Nueva York. Estoy intentando contactar con él. Seguro que podremos solucionarlo.
– Tendrá que hablar con la empresa mañana a primera hora, señora. -Había cierta compasión en la voz del hombre, pero se mantuvo firme.
– Mire… Yo… Por favor, deje el coche aquí esta noche.
– Le daré un número de teléfono para que pueda llamar mañana -dijo.
– Pero… Pero… No tendré coche. ¿Cómo me las voy a arreglar? Yo… Tengo cosas dentro del coche. GD, bonos de aparcamiento, mis gafas de sol.
El hombre hizo un gesto.
– Adelante. Cójalos.
– Gracias -dijo Lorraine-. Un millón de gracias.