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Octubre de 2007


El interior del café era una atmósfera viciada de grasa frita. Mientras se sentaba delante de los dos hombres, Grace imaginó que el mero hecho de respirar aquí dentro debía de subir el colesterol de cualquiera a niveles de infarto. Pero se lanzó y pidió huevos, bacon, salchichas y patatas fritas, pan frito y una Coca-Cola, contento de que ni Glenn Branson ni Cleo estuvieran cerca para censurar su dieta.

Terry Biglow pidió huevos y patatas fritas, mientras que su amigo distraído, Jimmy, sólo quiso una taza de té y siguió lanzando miradas implorantes a Grace, como si el comisario fuera el único hombre del planeta que pudiera salvarlo de algo que no tenía muy claro qué era. Lo más probable, pensó Roy, al verle sacar furtivamente una botella de Bells del bolsillo de su abrigo y beber un sorbo largo y de fijarse en los tatuajes carcelarios de sus nudillos. Un punto por cada año cumplido. Contó siete.

– Ahora estoy en el buen camino, señor Grace -dijo de repente Terry Biglow.

Él también tenía tatuajes carcelarios, y la cola de una serpiente en el dorso de la mano con el cuerpo desapareciendo manga arriba.

– Ya me lo has dicho. Bien hecho.

– Mi hermano está muy enfermo, tiene cáncer de páncreas. ¿Se acuerda de mi tío Eddie, señor Grace? Lo siento, ¿era inspector Grace?

Grace se acordaba bien, mejor de lo que le gustaría. Nunca había olvidado la declaración de una de las víctimas de Eddie Biglow. Le habían rajado la cara con un cristal roto, en ambos lados desde el nacimiento del pelo hasta la barbilla, porque se quejó cuando Biglow le empujó en la barra de un pub.

– Sí -contestó-. Me acuerdo.

– De hecho -prosiguió Biglow-, yo también tengo cáncer.

– Lo siento -dijo Grace.

– En la tripa, ¿sabe?

– ¿Estás muy mal? -preguntó Grace.

Biglow se encogió de hombros, como si fuera algo menor. Pero había miedo en sus ojos.

Jimmy asintió con sabiduría y bebió otro trago.

– No sé quién cuidará de mí cuando se marche -le lloriqueó a Grace-. Necesito que me protejan.

Grace hizo un gesto rápido de indiferencia con las cejas, luego cogió la Coca-Cola que le servía la camarera y bebió un trago de inmediato.

– Tú y Ronnie Wilson erais amigos, ¿verdad, Terry?

– Sí, en su día lo fuimos, sí.

– ¿Antes de que fueras a la cárcel?

– Sí, antes. Cargué con la culpa por él, ¿sabe? -Removió el azúcar en el té con añoranza-. Es lo que hice.

– ¿Conocías a su mujer?

– A las dos.

– ¿A las dos? -dijo Grace, sorprendido.

– Sí. Joanna y luego Lorraine.

– ¿Cuándo volvió a casarse?

Se rascó la nuca.

– Vaya… Fue unos años después de que Joanna le dejara. Era guapa, sí, ¡Joanna estaba buenísima! Pero a mí no me caía muy bien. Era una cazafortunas, sí. Se pegó a Ronnie porque era un fardón, pero no se dio cuenta de que no tenía mucha pasta. -Se dio unos golpecitos en la nariz-. A Ronnie no se le daban bien los negocios. Siempre fanfarroneaba, siempre tenía grandes planes. Pero no tenía… ¿Cómo se llama? Olfato, no era un rey Midas. Así que cuando Joanna le caló, se largó.

– ¿Adónde?

– A Los Angeles. Su madre murió y heredó una parte de la casa. Ronnie se despertó una mañana y vio que se había marchado. Sólo le dejó una nota: «Me voy a intentar triunfar en el cine como actriz».

Llegó la comida. Terry bañó las patatas en vinagre y luego vertió la mitad del contenido del salero encima. Grace se puso un poco de salsa en el plato y luego cogió el bote de ketchup con forma de tomate.

– ¿Con quién mantuvo el contacto después de irse a Los Ángeles?

Biglow se encogió de hombros y pinchó una patata con el tenedor.

– Con nadie, creo. No caía bien a nadie de aquí. A ninguno de nosotros. Mi parienta no la soportaba, y ella no tuvo ningún interés en hacerse amiga nuestra.

– ¿Era de aquí?

– No, de Londres. Creo que la conoció en una especie de local de striptease en Londres.

Otra patata frita halló el mismo destino.

– ¿Qué hay de su segunda esposa?

– ¿Lorraine? Era simpática. También era muy guapa. Tardó un poco en casarse con ella. Tuvo que esperar dos años, creo, para conseguir el divorcio de Joanna, por abandono del hogar.

«Es muy complicado conseguir que alguien que está descomponiéndose en un desagüe firme los papeles del divorcio», pensó Grace.

– ¿Dónde puedo encontrar a Lorraine?

Biglow lo miró de un modo extraño.

– Necesito que cuiden de mí, señor Grace, de verdad -volvió a lloriquear Jimmy.

Biglow se volvió hacia su amigo y se señaló la cara.

– ¿Ves cómo se mueven mis labios? Significa que todavía sigo hablando, así que para ya, ¿vale? -Y luego se dirigió a Grace-. Lorraine. Sí, bueno, si quiere encontrarla, tendrá que pillarse un barco y un traje de buceo para alta mar. Se mató. Una noche se tiró al agua desde el ferry de Newhaven a Dieppe.

De repente, Grace perdió el interés por la comida.

– Sigue contándome.

– Estaba deprimida, en un estado terrible después de que Ronnie muriera. La dejó en un buen lío, económicamente hablando. La sociedad hipotecaria se quedó con la casa y las financieras se quedaron con casi todo lo demás, excepto algunos sellos.

– ¿Sellos?

– Sí, eran la especialidad de Ronnie. Siempre estaba comerciando con ellos. Una vez me dijo que los prefería al dinero, que eran más fáciles de llevar.

Grace meditó un momento.

– Creo haber leído que las familias de las víctimas del 11-S recibieron compensaciones económicas importantes. ¿Ella no?

– Nunca mencionó nada. Se convirtió en una especie de re-clusa, ya sabe, guardaba las distancias. Se encerró en su caparazón. Cuando se lo llevaron todo se trasladó a un pisito alquilado en Montpelier Road.

– ¿Cuándo murió?

Terry se quedó pensando un momento.

– Sí. Fue en noviembre… El 11-S fue en 2001, así que sería en noviembre de 2002. Se acercaban las Navidades. ¿Sabe a qué me refiero? Es una época difícil, la Navidad, para algunas personas. Se tiró al agua desde el ferry.

– ¿Encontraron el cadáver?

– No lo sé.

Grace realizó algunas anotaciones mientras Biglow comía. Volvió a probar el almuerzo, pero su concentración estaba en otra parte. «Una esposa se marcha a Estados Unidos y acaba en un desagüe en Brighton. La segunda se tira de uno de los ferrys que cruzan el Canal.» Ahora muchas preguntas se arremolinaban en su cabeza.

– ¿Tenían hijos?

– La última vez que vi a Ronnie me dijo que lo estaban intentando, pero tenían problemas de fertilidad.

Grace pensó un poco más.

– Aparte de ti, ¿quiénes eran los amigos íntimos de Ronnie Wilson?

– No era tan amigo mío. Éramos amigos, pero no íntimos. Estaba el viejo Donald Hatcook… Al parecer, el 11-S Ronnie estaba con él en su despacho, en una de las torres del World Trade Center. Donald sí había triunfado, pobre capullo. -Se quedó pensando un momento-. Y Chad Skeggs. Pero él emigró, sí, se fue a Australia.

– ¿Chad Skeggs?

– Sí.

Grace recordaba el nombre; el tipo se había metido en líos hacía unos años, pero no recordaba por qué.

– Ya ves, todos se han ido. Así que quedan los Klinger, supongo. Sí, Steve y Sue Klinger, ¿los conoces? Viven en Tongdean.

Grace asintió con la cabeza. Los Klinger tenían una casa ostentosa en Tongdean Avenue. Stephen era, como dice el eufemismo, una persona «que había suscitado el interés de la policía» desde que Grace trabajaba en el cuerpo. Era una opinión muy extendida que Klinger, que había iniciado su carrera en la compraventa de coches, no había amasado su fortuna legalmente y que sus discotecas, bares, cafeterías, pisos de alquiler para estudiantes y casas de préstamos eran empresas para blanquear el dinero que generaba su verdadero negocio: las drogas. Pero al menos hasta la fecha, si era un narcotraficante, era muy eficiente y se había asegurado de que nunca pudieran relacionarle con nada.

– Ronnie y él comenzaron trabajando juntos -prosiguió Biglow-. Entonces se metieron en líos por unos coches trucados. No recuerdo qué pasó exactamente. El negocio desapareció de la noche a la mañana… El garaje se quemó con todos los documentos dentro, muy oportunamente. Nunca se presentaron cargos.

Grace añadió los nombres de Steve y Sue Klinger a la lista de personas que su equipo debía interrogar. Luego cortó una esquina de la tostada frita y la mojó en el huevo.

– Terry -dijo-, ¿qué opinión tenías de Ronnie?

– ¿Qué quiere decir, señor Grace?

– ¿Qué tipo de persona era?

– Un puto psicópata -intervino Jimmy de repente.

– ¡Cierra el pico! -le atacó Biglow-. Ronnie no era ningún psicópata. Pero tenía genio, eso sí.

– Era un puto psicópata -insistió Jimmy.

Biglow sonrió a Grace.

– A veces se le iba un poco la cabeza, ya sabe, era su peor enemigo. Estaba enfadado con el mundo porque no triunfaba, como algunos de sus amigos… ¿Sabe qué quiero decir?

«¿Cómo tú?», se preguntó Grace para sus adentros.

– Creo que sí.

– ¿Sabes qué dijo un día mi padre sobre él? Dijo que era la clase de tío que podía pasar contigo en un torniquete ¡y salir delante tuyo sin pagar! -Biglow se rio-. Sí, ése era nuestro Ronnie. ¡Que Dios le tenga en su gloria!

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