Octubre de 2007
– Eh, viejo, ¿ya has despegado?
Grace, en calcetines en la terminal sur del aeropuerto de Gatwick, vio aparecer sus zapatos en la cinta al otro lado del escáner. Con el móvil pegado a la oreja, contestó:
– De momento, sólo mis malditos zapatos. Me cabrea, todo esto -explicó-. Cada vez que vuelas tienes que quitarte más ropa, joder. ¡Sólo porque un lunático intentó prender fuego a sus cordones hará como cinco años! Y tengo que facturar la bolsa, porque es demasiado grande según la nueva normativa, lo que significa que voy a tener que esperar a que salga. ¡Vaya pérdida de tiempo!
– O sea que has tenido mala noche, ¿no?
Grace sonrió al recordar la noche tan dulce que había pasado con Cleo.
– En realidad, no. Ha sido mucho mejor que la noche anterior. No he tenido que aguantar la mierda de un tipejo triste contándome sus penas.
– ¿Y el perro no volvió a vomitarte encima? -contestó el sargento, haciendo caso omiso a la indirecta.
Grace, que se había puesto traje porque quería tener un aspecto formal cuando llegara a Nueva York, se esforzó por atarse el zapato derecho mientras sujetaba el teléfono pegado a la oreja. Dejó de intentarlo de pie y se sentó.
– No, sólo dejó una caca en el suelo.
– ¿Estás bien, tío? Tu voz suena apagada.
– Estoy bien, intento ponerme los zapatos. ¿Llamas por algo importante o sólo es una charla para socializar?
– ¿Qué sabes sobre sellos? -preguntó Branson.
– ¿De primera o segunda clase?
– Muy gracioso.
– Sé un poquito sobre los British Colonials -dijo Grace- Mi padre los coleccionaba, sobres de primer día. Solía comprarme cuando era pequeño. No valían nada. Mi madre me pidió que llevara toda la colección a una tienda filatélica cuando murió, no me dieron ni dos duros por ellos. Si estás pensando en tener un hobby, prueba a coleccionar mariposas… O ¿qué me dices de observar trenes?
– ¡Sí, sí! ¿Has terminado?
Grace gruñó.
– Escucha, Bella y yo acabamos de estar con los Klinger, ¿vale? Ese dinero, todas esas transacciones que hizo Lorraine Wilson, los tres millones y pico de libras, ¿sabes? Creo que es posible que comprara sellos.
– ¿En serio?
De repente, Grace dejó de atarse el zapato y se concentró. Pensaba en la conversación que había mantenido con Terry Biglow el martes.
– Sí. Stephen Klinger me ha dicho que es un mundillo pequeño, el comercio de sellos caros. Que todo el mundo se conoce y eso.
– ¿Te ha dado una lista de comerciantes de la ciudad?
– Algunos nombres, sí.
– Escucha, Glenn: cuando das con un grupo muy reducido, la gente intenta cerrar filas, para protegerse tanto a sí misma como a cualquier persona sobre la que den información. Así que ve y destrózales, ¿entendido?
– Ajá.
– Di que se trata de una investigación de asesinato, y que si retienen cualquier información podríamos acabar acusándoles de encubrimiento. Déjaselo bien claro.
– Sí, jefe. Que tengas un vuelo agradable. Saluda a la Gran Manzana de mi parte. Diviértete.
– Te mandaré una postal.
– No olvides el sello.