Octubre de 2007
– ¿Qué tiene de malo que me guste la Guinness? -preguntó Glenn Branson.
– ¿Acaso he dicho que tuviera algo de malo?
Roy Grace dejó sobre la mesa la pinta de Glenn y su Glenfiddich largo con hielo, junto con dos bolsas de patatas con sabor a bacon, y se sentó delante de su amigo. Eran las ocho de la tarde del lunes y el Black Lion estaba prácticamente vacío. Aun así, habían elegido sentarse en el rincón del fondo, lo suficientemente lejos de la barra para que nadie los escuchara. El hilo musical también contribuía a tapar sus voces y proporcionarles intimidad.
– Lo digo por cómo me miras cada vez que pido una Guinness -dijo Branson-. Como si fuera un error o algo así.
«Eras un hombre seguro de sí mismo y tu mujer te está convirtiendo en un paranoico», pensó Grace, pero no dijo nada, sino que citó:
– «Para el que tiene miedo, todo son ruidos.»
Branson frunció el ceño.
– ¿Quién lo dijo?
– Sófocles.
– ¿En qué película?
– ¡Dios mío, mira que llegas a ser ignorante a veces! ¿No sabes nada que no sea de cine?
– Gracias, Einstein. Tú sí que sabes dónde darle a un hombre cuando está deprimido.
Grace levantó su vaso.
– Anímate.
Branson levantó el suyo, sin entusiasmo, y brindó con el de Grace.
Los dos bebieron un sorbo.
– Sófocles era un dramaturgo -dijo luego Grace.
– ¿Está muerto?
– Murió en el 406 a. C.
– Antes de que naciera yo, viejo. Supongo que tú irías a su entierro.
– Muy agudo.
– Recuerdo que cuando viví contigo me fijé en que tenías un montón de libros de filosofía tirados por ahí.
Grace bebió otro trago de whisky y le sonrió.
– ¿Te supone un problema que alguien intente culturizarse?
– ¿Para intentar estar a la altura de su chica, quieres decir?
Grace se puso rojo. Branson tenía bastante razón, por supuesto. Cleo estaba haciendo un curso de filosofía en la universidad a distancia y él se esforzaba mucho en su tiempo libre para comprender la materia.
– He puesto el dedo en la llaga, ¿verdad? -Branson esbozó una sonrisa lánguida.
Grace no dijo nada.
Estaba sonando «Rhinestone Cowboy». Los dos la escucharon un rato. Grace cantó la letra en silencio y movió la cabeza al ritmo de la música.
– ¡Joder, tío! No me digas que te gusta Glen Campbell.
– Pues la verdad es que sí.
– ¡Cuanto más te conozco, más triste veo que eres!
– Es un músico de verdad. Mejor que esa mierda de rap que te gusta a ti.
Branson se dio unos golpecitos en el pecho.
– Es mi música, tío. Es mi gente que me habla.
– ¿A Ari le gusta?
De repente, Branson pareció deprimido. Miró dentro de su cerveza.
– Antes sí. Ahora ya no sé qué le gusta.
Grace bebió un sorbo. El whisky le sentaba bien, le proporcionaba una sensación cálida y agradable.
– Bueno, cuéntame. ¿Querías hablar de ella? -Abrió su bolsa de patatas y metió los dedos dentro, sacó varias patatas de una tacada y se las llevó a la boca. Masticó mientras hablaba-.
Tienes una pinta horrible, ya lo sabes. Tu aspecto estos dos últimos meses es terrible, desde que volviste con ella. Creía que todo iba mejor, que le habías comprado el caballo y estaba bien. ¿No? -Comió otro puñado de patatas con avidez.
Branson bebió un poco más de Guinness.
El pub desprendía un olor prístino a limpiador de moqueta y cera abrillantadora. Grace echaba de menos el olor a tabaco, el aire viciado del humo de los puros y las pipas. Para él, los pubs ya no tenían ambiente desde que había entrado en vigor la prohibición de fumar. Y ahora le habría venido bien un cigarrillo.
Cleo no le había invitado a pasarse por su casa más tarde porque tenía que escribir un trabajo para su curso. Tendría que cenar algo aquí o improvisar con lo que tuviera en casa.
La cocina nunca había sido su punto fuerte y comenzaba a depender de ella, se percató. Durante estos dos últimos meses, Cleo había cocinado para él casi todas las noches, principalmente comida sana, pescado y verduras salteadas o al vapor. A ella le horrorizaba la dieta a base de comida basura que la mayoría de los policías ingerían casi siempre.
«Rhinestone Cowboy» terminó y se quedaron sentados en silencio un rato.
Glenn lo rompió.
– ¿Sabes que no hemos hecho el amor?
– ¿Desde que has vuelto con ella?
– No.
– ¿Ni una vez?
– Ni una vez. Es como si intentara castigarme.
– ¿Por qué?
Branson apuró la pinta, parpadeó mirando el vaso vacío y se levantó.
– ¿Otro?
– Uno normal -dijo Roy, consciente de que tenía que conducir.
– ¿Lo de siempre? ¿Un Glenfiddich con hielo con un poquitín de agua?
– Vaya, no has perdido memoria.
– ¡Que te den, viejo!
Grace se quedó pensativo unos momentos, su mente absorta en el trabajo. Le daba vueltas a la reunión informativa de las 18.30 que acababan de celebrar. Joanna Wilson, Ronnie Wilson. Conocía a Ronnie de tiempo atrás. Era uno de los delincuentes clásicos de Brighton. Así que Ronnie había muerto el 11-S… Ese tipo de sucesos eran muy azarosos. ¿Había matado Ronnie a su mujer? Su equipo estaba trabajando en el caso. Mañana comenzarían a investigar la vida del hombre y la de su esposa.
Branson regresó y volvió a sentarse.
– ¿Qué quieres decir con que Ari intenta castigarte, Glenn?
– Cuando Ari y yo nos conocimos follábamos todo el día, ¿sabes? Nos despertábamos y follábamos. Salíamos por ahí, a comer un helado quizás, y nos liábamos. Luego por la noche volvíamos a follar. Como si no viviéramos en el mundo real. -Bebió más cerveza, casi la mitad del vaso, de un trago-. Ya sé que eso no puede durar siempre, vale.
– Era el mundo real -dijo Roy-. Pero el mundo real no es siempre igual. Mi madre decía que la vida es como los capítulos de un libro. Pasan cosas distintas en momentos distintos. La vida cambia constantemente. ¿Sabes cuál es uno de los secretos de un matrimonio feliz?
– ¿Cuál?
– No seas policía.
– Tiene gracia. Es irónico, ¿verdad? Ella quería que yo fuera policía. -Glenn meneó la cabeza con incredulidad-. Lo que no entiendo es por qué está enfadada siempre conmigo. ¿Sabes qué me ha dicho esta mañana?
– ¿Qué?
– Dice que la despierto a propósito, ¿vale? Cuando me levanto por la noche para ir al baño, ya sabes, a mear, dice que apunto directamente al agua para hacer ruido, y que si la quisiera de verdad mearía contra un lado de la taza.
Grace vertió el contenido del vaso nuevo en el anterior.
– ¿En serio?
– En serio, tío. No hago nada bien. Me dice que necesita su espacio y que mande a la mierda mi carrera de policía. Que va a salir por las noches, que no está preparada para atarse a los niños y que son responsabilidad mía. Que si tengo que trabajar hasta tarde, busque yo una canguro.
Grace bebió un sorbo de whisky y se preguntó si era posible que Ari tuviera una aventura. Pero no quería sugerirlo y disgustar más aún a su amigo.
– No puedes vivir así -le dijo.
Branson cogió su bolsa de patatas y le dio vueltas y vueltas con las manos.
– Quiero a mis hijos -dijo-. No puedo pasar por una mierda de divorcio y verlos, ¿qué? ¿Unas horas al mes?
– ¿Cuánto tiempo lleváis así?
– Desde que se le metió ese rollo en la cabeza de la autosuperación. Los lunes por la tarde va a clases de literatura inglesa. Los jueves, de arquitectura. Y más mierdas de ese tipo el resto de días. Ya no la conozco… No sé cómo llegar a ella. -Se quedaron sentados en silencio un rato antes de que Branson esbozara una sonrisa alegre y dijera-: En cualquier caso, soy yo quien tiene que solucionar su mierda, ¿no?
– No -contestó Roy, aunque sabía que si Ari volvía a echar a Glenn, tendría que cargar una vez más con aquel inquilino infernal. Glenn había vivido con él hacía un par de meses y la casa habría estado más ordenada con un elefante puesto hasta las cejas de setas mágicas-. Estamos juntos en esto.
Por primera vez aquella noche, Glenn sonrió. Luego por fin abrió su bolsa de patatas y miró dentro con cierta decepción, como si esperara que contuviera otra cosa.
– Bueno, ¿qué pasa con Cassian Pewe? Perdona, el comisario Cassian Pewe. -Grace se encogió de hombros-. ¿Intenta robarte el puesto?
Grace sonrió.
– Creo que ésa era su estrategia. Pero ya le hemos puesto en su sitio.