Octubre de 2007
En un principio, Sussex House había sido adquirido para albergar la central del Departamento de Investigación Criminal de Sussex. Pero hacía poco, a pesar de que el edificio se caía a trozos, habían hecho un hueco en las instalaciones para acoger a un distrito de la policía local, East Brighton. Los agentes de su equipo especial, encargados de solucionar conflictos en la comunidad, ocupaban un espacio minúsculo detrás de las puertas dobles que daban a la recepción.
Para el inspector Stephen Curry, una de las desventajas de esta ubicación era que todas las mañanas tenía que estar en dos lugares a la vez. Debía estar aquí para la reunión diaria con el inspector al frente del equipo de patrullas, que acababa pasadas las nueve, y luego tenía que atravesar Brighton como un loco en hora punta para llegar a la comisaría de John Street y asistir a la reunión de evaluación presidida por el comisario de la división de delitos y operaciones de Brighton y Hove.
Curry era un hombre de treinta y nueve años, de constitución fuerte y facciones atractivas y duras y entusiasmo juvenil. Hoy tenía más prisa de lo normal y miraba ansioso su reloj. Eran las 10.45. Acababa de regresar de John Street a su despacho en Sussex House para encargarse de un par de asuntos urgentes, y estaba a punto de salir otra vez por la puerta cuando Roy Grace le llamó.
Anotó con cuidado en su libreta el nombre «Katherine Jennings» y la dirección y le dijo a Grace que ordenaría a alguien de su equipo especial que se pasara por el piso. Como el asunto no parecía urgente, decidió que podía esperar hasta más tarde. Entonces se puso de pie de un salto, descolgó su gorra de la puerta y salió corriendo.