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Octubre de 2007


Grace no alargó la rueda de prensa informativa. Había comenzado la temporada de congresos de los partidos políticos y muchos periodistas, aunque no les interesara directamente la política, estaban en Blackpool con los tories, que en estos momentos, al parecer, proporcionaban titulares más suculentos que un esqueleto en una alcantarilla, al menos para los periódicos nacionales.

Pero la «Mujer desconocida» era una buena historia local, en particular porque los restos óseos habían sido hallados debajo de uno de los mayores proyectos inmobiliarios jamás emprendido en la ciudad y olía a historia del pasado e historia en construcción. Estaban estableciéndose analogías con los Asesinatos del baúl de Brighton, dos sucesos acontecidos en 1934 donde se hallaron cuerpos descuartizados dentro de baúles, lo que provocó que la ciudad se ganara el sobrenombre ingrato de «Capital inglesa del crimen».

Habían aparecido un equipo de la división local de la BBC y también uno de la Southern Counties Radio, además de un joven con una cámara de vídeo de un canal de televisión por internet nuevo de Brighton, Absolute Television, un par de corresponsales de periódicos de Londres que Grace conocía, un reportero del Sussex Express y, por supuesto, Kevin Spinella, del Argus.

Aunque Spinella le sacaba de quicio, Grace empezaba a respetar al joven periodista, a regañadientes, eso sí. Veía que trabajaba duro, como él, y tras coincidir en un caso anterior y cumplir su promesa de no desvelar una información importante, demostró ser un periodista con el que la policía podía tratar. Algunos agentes creían que toda la prensa estaba llena de alimañas, pero Grace no pensaba así. Casi todos los delitos graves se basaban en aportaciones de testigos, en ciudadanos que hablaban, en estimular la memoria de la gente. Si sabías manejar bien a la prensa, podías conseguir que trabajara bastante para ti.

Como esta mañana tenía poca información, Grace se concentró en transmitir algunos mensajes clave: la edad y la descripción que podían proporcionar de la mujer y un cálculo de los años que podía llevar en ese desagüe, con la esperanza de que un miembro de la familia o un amigo pudiera dar detalles de una persona desaparecida en esa época.

Grace había añadido que no conocían la causa de la muerte, pero que el estrangulamiento era una posibilidad y que el autor del asesinato seguramente conocía bien Brighton y Hove.

Cuando salió de la sala de prensa, poco antes de las 12.30, oyó que lo llamaban.

Para su fastidio, Kevin Spinella se había acostumbrado a abordarle después de las ruedas de prensa, arrinconándole en el pasillo, alejados de los otros periodistas para que no pudieran escucharles.

– Comisario Grace, ¿podríamos hablar un momento?

Por un instante, Roy se preguntó si quizá Spinella se había enterado de su ascenso. Tendría que ser imposible que lo hubiera averiguado tan deprisa, pero ya llevaba un tiempo sospechando que contaba con un informador dentro de la policía de Sussex. Siempre parecía conocer cualquier incidente antes que nadie. Roy estaba resuelto a llegar al fondo de la cuestión en algún momento, pero no era nada fácil. Cuando empezabas a escarbar, te arriesgabas a que muchos de tus compañeros se distanciaran de ti.

El joven reportero, vestido como siempre con traje, camisa y corbata, estaba más elegante y arreglado que el sábado por la mañana en el solar, empapado por culpa de la lluvia.

– No tiene nada que ver con este caso -dijo Spinella, masticando chicle-. Sólo es algo que he creído que debía mencionarle. El sábado por la tarde recibí una llamada de un contacto que tengo en los bomberos, iban a un piso de Kemp Town a rescatar a alguien que se había quedado atrapado en un ascensor.

– Amigo, ¡qué vida tan emocionante tienes! -dijo Grace para burlarse de él.

– Sí, de locos -contestó Spinella con seriedad, sin captar la ironía o haciendo caso omiso a propósito-. La cuestión es que esta mujer… -Dudó y se dio unos golpecitos en la nariz-. Usted tiene olfato de poli, ¿verdad?

Grace se encogió de hombros. Siempre tenía cuidado con lo que le contaba a Spinella.

– Eso dice la gente sobre los policías.

Spinella volvió a tocarse la nariz.

– Sí, bueno, yo también lo tengo. Olfato para una buena historia. ¿Sabe a qué me refiero?

– Sí. -Grace miró su reloj-. Tengo prisa…

– Sí, de acuerdo, no le entretendré. Sólo quería alertarle, eso es todo. La mujer a la que liberaron, veintitantos años, muy guapa… Me dio la sensación de que algo no iba bien.

– ¿En qué sentido?

– Estaba muy angustiada.

– No me sorprende si se había quedado atrapada en un ascensor.

Spinella negó con la cabeza.

– No en ese sentido.

Grace se quedó mirándolo unos momentos. Sabía que los reporteros de los periódicos locales publicaban un gran abanico de historias en portada. Muertes repentinas, accidentes de tráfico, víctimas de atracos, de robos en sus casas, familiares de personas desaparecidas. Los periodistas como Spinella veían a gente angustiada todo el día. Incluso a pesar de ser tan joven y tener poca experiencia, seguramente había aprendido a reconocer distintos tipos de angustia.

– De acuerdo, ¿en qué sentido?

– Estaba asustada por algo. Se negó a abrir la puerta al día siguiente cuando el periódico mandó a un fotógrafo. Si no me equivoco, diría que se escondía de alguien.

Grace asintió. Algunos pensamientos cruzaron por su mente.

– ¿De qué nacionalidad?

– Inglesa. Blanca, si me está permitido decirlo. -Sonrió.

Haciendo caso omiso al comentario, Grace decidió que aquello descartaba que se tratara de una esclava sexual; la mayoría eran de Europa del Este y África. Había todo tipo de posibilidades distintas. Un millón de cosas podían angustiar a una persona, pero estar angustiado no era razón suficiente para que la policía hiciera una visita a alguien.

– ¿Nombre y dirección? -preguntó y anotó diligentemente en su libreta «Katherine Jennings» y el número del piso y la dirección. Le pediría a alguien que introdujera el nombre en la base de datos de la policía para ver si aparecía alguna nota. Aparte de eso, lo único que podía hacer era esperar a que el nombre volviera a salir.

Luego, mientras Roy acercaba su tarjeta al lector de seguridad para acceder al centro de investigaciones, Spinella lo volvió a llamar.

– Ah, comisario.

Grace se dio la vuelta, irritado ahora.

– ¿Sí?

– ¡Felicidades por el ascenso!

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