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Octubre de 2007


Ricky siguió al taxi por la calle principal de Peacehaven. Tuvo la tentación de agarrar al conductor por el pescuezo la próxima vez que parara y acribillarle a preguntas sobre Abby.

Pero ¿qué sabría el hombre? La zorra listilla seguramente le habría dado una buena propina para que se quedara ahí sentado y se marchara al cabo de una hora, es lo único que sabría, y lo último que necesitaba Ricky en este momento era que todos los policías de Brighton estuvieran atentos a su cara para detenerlo por agresión. En estos momentos tenía algo mucho más importante en lo que pensar. Varias cosas, en realidad.

La primera era que Abby sabía que había grabado su conversación con su madre, pero desconocería cómo lo había hecho. Seguramente sospecharía que había conseguido pinchar el teléfono de su madre de algún modo.

¡Ahora caía!

Por eso había ido a una tienda de teléfonos, ¡para comprar § ¡su madre uno nuevo!

Ya se había percatado hacía un tiempo de lo minuciosa que era Abby. ¿Qué habría hecho con su teléfono? Marcó el número.

Al cabo de dos tonos, descolgaron. Oyó una voz indecisa de hombre joven.

– ¿Diga?

– ¿Quién coño eres? -preguntó Ricky.

La llamada terminó. Volvió a marcar. La llamada terminó otra vez en cuanto empezó a sonar. Como sospechaba, la muy zorra se había deshecho de su teléfono. Lo que significaba que ahora tenía uno nuevo.

«Estás poniendo a prueba mi paciencia de verdad. ¿Dónde estás?»

Un radar le sacó una foto, pero le importó un pimiento. ¿Adónde había ido durante esa hora? ¿En qué había empleado ese tiempo?

Unos kilómetros más adelante, el taxi giró, pero casi ni se dio cuenta. Ahora conducía por Marine Parade, por delante de las elegantes fachadas de estilo Regencia que había en Sussex Square. Dentro de un minuto se aproximaría a la calle de Abby. Se arrimó a un lado, detuvo el coche y apagó el motor; necesitaba pensar bien todo esto.

¿Dónde había ocultado el tesoro? No necesitaba demasiado espacio, sólo el sitio suficiente para esconder un sobre tamaño DIN-A4. El paquete que había intentado enviar por mensajero era un señuelo. ¿Por qué? ¿Para que él siguiera al mensajero? ¿Y así poder recuperarlo y desaparecer? Había cometido un gran error al enviarle ese mensaje, comprendió. Su intención había sido obligarla a salir, pero no había contado con que tuviera tantas artimañas.

Pero el hecho de que hubiera intentado enviar el paquete señuelo le decía algo, si unía eso con la caja de seguridad vacía. ¿Esperaba que siguiera el señuelo y la dejara libre para correr con el paquete y guardarlo en la caja de seguridad de Southern Deposit Security? ¿Por qué estaba vacía entonces? La única razón posible, seguro, era que todavía no había podido llevar el paquete al lugar. O que lo había recogido hacía poco.

A menos que tuviera otra caja de seguridad en alguna parte, muy probablemente en algún lugar del piso.

Se había pasado toda la noche registrando sus pertenencias, incluida toda la ropa que había sacado. También le había requisado el pasaporte, lo que al menos impediría que la zorra saliera del país a toda prisa.

Si existiera otra caja de seguridad en alguna parte, habría encontrado la llave o un recibo, ¿no? Había registrado cada centímetro del piso, retirado todos los muebles, levantado cada tabla del suelo. Incluso había sacado las tapas de los televisores, rajado las tapicerías, desenroscado las rejillas de ventilación, desmontado las luces. De sus días de traficante de drogas, sabía que la policía podía dejar patas arriba un lugar y conocía todos los escondites que utilizaría un camello listo.

Otra opción posible era que se lo hubiera dejado a algún amigo. Pero el nombre que figuraba en el paquete que había dado a la empresa de mensajería era falso, lo había comprobado. Sospechaba que Abby había evitado ponerse en contacto con nadie. Si ni siquiera le había contado a su madre que había vuelto, dudaba que quisiera que se corriera la voz entre sus amigos.

No, cada vez estaba más convencido de que aún lo tenía todo en el piso.

Pese a todas sus estratagemas inteligentes, todo el mundo tiene un talón de Aquiles, como Ricky sabía muy bien. Una cadena sólo tiene la fuerza de su eslabón más débil. Un ejército sólo puede marchar tan deprisa como su soldado más lento.

La madre de Abby era su eslabón más débil y su soldado más lento.

Ahora sabía qué debía hacer exactamente.

La furgoneta Renault delante del piso de Abby, que llevaba un tiempo sin circular, se resistía a arrancar. Luego, justo cuando la batería comenzaba a ahogarse y empezaba a pensar que su plan no funcionaría, se encendió y cobró vida con un chisporroteo aceitoso y humeante.

La sacó de la plaza de aparcamiento y metió el Ford de alquiler en su lugar. Ahora, cuando Abby volviera, vería el coche y pensaría que estaba ahí. Sonrió. En el futuro más inmediato, no entraría en su piso. El coche de alquiler no llevaba pegatina de residente, así que seguramente caería una multa en algún momento, y tal vez lo inmovilizaran, pero ¿qué importaba?

Sacó el Intercept GSM 3060 del Ford y lo metió en la furgoneta. Luego condujo hacia Eastbourne y sólo se detuvo a comprar una hamburguesa y una Coca-Cola para llevar. Ahora estaba más contento. Tenía plena confianza en que estaba cerca de recuperar el control de la situación.

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