Septiembre de 2007
El hedor que salía del maletero del coche provocó arcadas a todos los que estaban en la orilla. Era como si un desagüe atascado se hubiera descongestionado de repente y meses, quizás años, de gases atrapados en la descomposición fueran liberados, todos a la vez.
Lisa retrocedió horrorizada, tapándose la nariz con los dedos, y cerró los ojos un momento. De algún modo, el sol abrasador del mediodía y las moscas implacables lo empeoraban todo. Cuando volvió a abrirlos y respiró sólo por la boca, el olor seguía siendo igual de malo. Luchaba con todas sus fuerzas por no vomitar.
La situación no parecía más fácil para MJ, pero los dos estaban mejor que el policía nervioso, que se había apartado del coche y ahora estaba de rodillas, vomitando. Aguantando la respiración, haciendo caso omiso a la mano de MJ que tiraba de ella, Lisa avanzó unos pasos hacia la parte trasera del coche y miró dentro.
Y deseó no haberlo hecho. De repente, la tierra bajo sus pies se volvió inestable y agarró con fuerza la mano de MJ.
Vio lo que al principio le pareció un maniquí derretido en un incendio, antes de darse cuenta de que se trataba del cuerpo de una mujer. Ocupaba casi toda la profundidad del maletero, parcialmente sumergida en agua negra viscosa y reluciente que caía sin parar. La melena rubia, que le llegaba por los hombros, estaba desparramada como maleza enmarañada. Sus pechos tenían un color y una textura jabonosos y tenía la mayor parte de la piel cubierta de grandes manchas negras.
– ¿La han quemado? -preguntó MJ, que sentía curiosidad por todo, al policía más bajito.
– No… No son quemaduras, amigo. Es piel que se ha desprendido.
Lisa miró el rostro del cadáver, pero estaba hinchado y carecía de forma, como la cabeza medio derretida de un muñeco de nieve. Tenía el vello púbico intacto: un triángulo marrón poblado tan lozano que parecía irreal, como si alguien se lo hubiera pegado a modo de broma grotesca. Se sintió casi culpable por mirarlo. Culpable por estar ahí, observando aquel cuerpo, como si la muerte fuera algo privado y ella se estuviera entrometiendo.
Pero no podía apartar la vista. Las mismas preguntas se repetían una y otra vez en su mente. «¿Qué te ha pasado, pobre-cita? ¿Quién te ha hecho esto?»
Al final, el policía nervioso recobró la compostura y los apartó bruscamente, diciendo que aquélla era la escena de un crimen y que debían acordonarla.
Retrocedieron varios pasos, incapaces de apartar la vista, como si estuvieran viendo un episodio de CSI a tiempo real. Estaban horrorizados, absortos y petrificados, pero sentían curiosidad a medida que crecía el circo. MJ sacó una botella de agua y gorras de béisbol del coche y Lisa bebió agradecida, luego se cubrió la cabeza para protegerse del sol abrasador.
Primero llegó una furgoneta blanca a la escena del crimen. Se bajaron dos hombres vestidos con pantalones deportivos y camisetas y comenzaron a ponerse los trajes protectores blancos. Luego apareció una furgoneta azul más pequeña de la que salió el fotógrafo de la escena del crimen. Poco después, llegó un Volkswagen Golf azul del que se bajó una mujer joven. Tendría unos veintitantos años, llevaba vaqueros y una blusa blanca y tenía el pelo rubio rizado. Se quedó unos momentos observando la escena. Sujetaba una libreta en una mano y una grabadora pequeña. Luego, se acercó a MJ y a Lisa.
– ¿Sois los que habéis encontrado el coche? -Su voz era agradable pero enérgica.
Lisa señaló a MJ.
– Ha sido él.
– Soy Angela Parks -dijo la mujer-. Trabajo en Age. ¿Podríais decirme lo que ha pasado?
Ahora llegó un Holden dorado y polvoriento. Mientras MJ contaba su historia, Lisa vio bajarse a dos hombres con camisa blanca y corbata. Uno era bajo y fornido, de rostro serio y juvenil, mientras que el otro parecía un matón: alto, corpulento, aunque con un ligero sobrepeso, calvo y con un bigote fino pelirrojo. Tenía cara de pocos amigos, seguramente porque le habían llamado en fin de semana, pensó Lisa, aunque pronto descubrió que no era por eso.
– ¡Maldito idiota! -le gritó al policía nervioso, a modo de saludo, quedándose a cierta distancia del cordón policial-. ¡Vaya cagada! ¿Es que no tienes ninguna formación básica, joder? ¿Qué has hecho con mi escena del crimen? No sólo la has contaminado, ¡la has profanado! ¿Quién coño te ha dicho que sacaras el coche del agua?
Por un momento, al policía parecieron faltarle las palabras.
– Sí, bueno… lo siento, señor. Supongo que la hemos fastidiado un poco.
– ¡Estás plantado justo en medio!
El policía bajo y fornido se acercó a Lisa y MJ y saludó con la cabeza a la periodista.
– ¿Cómo estás, Angela?
– Bien. Me alegro de verle, sargento Burg -dijo ella.
Luego su compañero, el matón, se acercó con zancadas grandes y poderosas, como si la orilla del río y todo lo que había alrededor le pertenecieran. Saludó deprisa con la cabeza a la periodista y luego se dirigió a Lisa y a MJ.
– Soy el sargento jefe George Fletcher -dijo. Su actitud era profesional y sorprendentemente delicada-. ¿Sois la pareja que ha encontrado el coche?
MJ asintió.
– Sí.
– Voy a necesitar una declaración de ambos. ¿Os importaría ir a la comisaría de Geelong?
MJ miró a Lisa, luego al policía.
– ¿Ahora, quiere decir?
– En algún momento de hoy.
– Claro. Pero creo que no podremos contarle demasiado.
– Gracias, pero eso ya lo juzgaré yo. Mi sargento tomará nota de vuestros nombres, direcciones y teléfonos de contacto antes de que os marchéis.
La periodista acercó la grabadora al inspector.
– Sargento jefe Fletcher, ¿cree que existe una relación entre las bandas de Melbourne y esta mujer muerta?
– Usted lleva aquí más tiempo que yo, señorita Parks. En este momento no tengo ningún comentario para usted. Primero averigüemos quién es.
– Era -le corrigió la periodista.
– Bueno, si quiere ser tan pedante, esperaremos a que llegue el forense de la policía y certifique que realmente está muerta.
El hombre esbozó una sonrisa desafiante, pero nadie se la devolvió.