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Noviembre de 2007


– ¿Y cuándo volveré a verte? Dime. ¿Cuándo?

– ¡Pronto!

Ella se tumbó encima de él, su piel desnuda y sudada por el esfuerzo en el calor de la mañana. Su pene exhausto estaba recostado entre el vello púbico de ella, que apoyó sus pechos redondos y pequeños en su pecho y posó sus ojos en los ojos de él, unos ojos marrones, llenos de risas y travesuras. Y dureza. Seguro.

Era espabilada, astuta. Era una buena pieza.

Una buena pieza muy rica.

Y le gustaba esta maldita humedad. Este calor empalagoso que a él le hacía sudar sin parar. Ella insistía en hacer el amor con las puertas de la terraza de su casa bien abiertas y en la habitación habría unos cien grados. Y ahora estaba aporreándole el pecho con sus puños diminutos.

– ¿Cuándo? ¿Cuándo?

Él apartó su pelo negro azabache de la cara y besó sus labios pequeños y rosados. Era muy hermosa y tenía un cuerpo fantástico. Durante su mes de encierro en Pattaya Beach, mientras esperaba a que Abby le mandara la señal de que estaba en camino, había aprendido a apreciar a las tailandesas esbeltas.

¡Uau! Había tenido muchísima suerte con ésta. ¡Algo totalmente inesperado! Porque tenía todo lo que había soñado siempre, pero con mucho más. ¡Unos veinticinco millones de dólares más! Punto arriba punto abajo, dependiendo de la cotización del baht tailandés.

La había conocido en una tienda de sellos de Bangkok y se habían puesto a charlar. Resultaba que su marido tenía una cadena de discotecas, que ella heredó cuando murió en un accidente de buceo; un turista con una moto de agua le cortó la cabeza de cuajo. Ella intentaba vender su importante colección de sellos y Ronnie la había aconsejado, impedido que la estafaran y conseguido que triplicara lo que al principio le habían dicho que valían.

Y se la había estado tirando una o dos veces al día desde entonces.

Esto suponía un problema, aunque tampoco tanto. Ya había comenzado a cansarse de Abby. No sabría decir exactamente cuándo había empezado a suceder. Tal vez fuera por su manera de comportarse después de su misión con Ricky, o por su aspecto. Como si, después de las dos primeras veces indudablemente, hubiera disfrutado de verdad.

Y él se había percatado de lo que Abby era capaz.

Era una mujer sin límites. Haría cualquier cosa por ser rica y sólo estaba utilizándolo, seguro, como trampolín para conseguirlo.

Por suerte, él iba un paso por delante. Ya le habían jodido dos veces antes. El agua no le había funcionado; algo había salido mal con el maldito desagüe en Brighton. Y ¿quién diablos habría predicho que en Melbourne la sequía continuaría?

Afortunadamente, había muchos barcos en Koh Samui. Y eran baratos. Y el Mar de la China Meridional era profundo.

Diez millas mar adentro sería imposible que ningún cadáver acabara de nuevo en la orilla. Ya tenía el barco amarrado y esperando. A Abby le encantaría. Era una pasada. Y estaba tirado. Relativamente. En fin, para acumular había que especular.

Besó a Phara.

– Dentro de muy poco -dijo-. Te lo prometo.

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