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Octubre de 2007


La MIR Uno era la mayor de las dos salas espaciosas del centro de investigaciones de Sussex House y albergaba los equipos de investigación que trabajaban en casos de delitos graves. Roy Grace entró minutos antes de las 18.30 con una taza de café.

Era una sala en forma de L, abierta y con un toque moderno, y estaba dividida en tres zonas de trabajo principales. Cada una contaba con una mesa de madera clara, larga y curvada con sitio para ocho personas y enormes pizarras blancas, la mayoría de las cuales estaban ahora limpias, aparte de una titulada «Operación Dingo» y otra en la que había varios retratos de la Mujer desconocida hallada en el desagüe y algunas fotografías del exterior de la urbanización Nueva Inglaterra. En una de ellas, un círculo rojo dibujado con rotulador indicaba la posición del cuerpo en el desagüe.

Una investigación importante podría haber utilizado todo el espacio, pero dada la urgencia relativa de este caso -y por lo tanto, la necesidad de asignar personal y recursos proporcionales-, el equipo de Grace sólo ocupaba una de las zonas de trabajo. Ahora las otras estaban vacías, pero la situación podía cambiar en cualquier momento.

A diferencia de las áreas de trabajo del resto del edificio, apenas había rastro de artículos personales sobre las mesas o en las paredes: ni fotografías de la familia, ni calendarios de partidos de fútbol, ni tiras cómicas. Casi todos los objetos de esta sala, a excepción de los muebles y el equipo informático, estaban relacionados con los casos que se investigaban. Tampoco se hacían bromas. Sólo destacaba el silencio de la concentración intensa, el timbrazo apagado de los teléfonos, el clac-clac-clac del papel saliendo de las impresoras.

Sentado en el área de trabajo estaba el equipo de policías que Grace había seleccionado para la Operación Dingo. Había trabajado con ellos durante los meses anteriores porque creía fervientemente en conservar a la misma gente siempre que fuera posible. La única elección que le creaba dudas era Norman Potting, porque ofendía a la gente constantemente, pero era un inspector muy capaz.

Actuando como investigadora jefe adjunta estaba la inspectora Lizzie Mantle. A Grace le caía muy bien y, de hecho, había estado prendado secretamente de ella tiempo atrás. A sus treinta y largos años, era una mujer atractiva, de cabello rubio y cuidado por los hombros que irradiaba feminidad tras su personalidad sorprendentemente dura. Tendía a preferir los trajes pantalón y hoy, encima de una camisa blanca de hombre, llevaba uno de raya diplomática gris que no habría desentonado en la Bolsa.

La belleza era algo que Lizzie compartía con otra inspectora de Sussex House, Kim Murphy, y las malas lenguas decían que si alguien quería progresar en este cuerpo, ser una tía buena era el mejor activo. Era absolutamente falso, por supuesto, Grace lo sabía. Ambas mujeres habían conseguido su rango, a una edad relativamente temprana, porque lo merecían de verdad.

El ascenso de Roy sin duda plantearía nuevas exigencias para su agenda, así que tendría que confiar mucho en el apoyo de Lizzie para dirigir esta investigación.

Además de ella, había seleccionado a los sargentos Glenn Branson, Norman Potting y Bella Moy. De treinta y cinco años y rostro alegre debajo de una melena castaña teñida con henna, Bella estaba sentada con una caja abierta de Maltesers a unos centímetros de su teclado, como siempre. Roy cruzó la sala, observándola mientras tecleaba muy concentrada. De vez en cuando, su mano derecha abandonaba de repente el teclado, como si cobrara vida propia, cogía una pastilla de chocolate, se la metía en la boca y regresaba al teclado. Era una mujer delgada, pero comía más chocolate que nadie que Grace hubiera conocido.

A su lado estaba sentado el agente Nick Nicholl, desgarbado y de pelo alborotado, que tenía veintisiete años y era alto como un pino. Era un detective entusiasta y como en su día había sido un delantero centro habilidoso, Grace lo había animado a practicar el rugby y ahora era un buen jugador del equipo de la policía de Sussex; aunque no tan bueno en estos momentos como Grace esperaba, porque acababa de ser padre y parecía sufrir una falta de sueño constante.

Delante de él, leyendo un fajo grueso de listados de ordenador, estaba la joven y batalladora agente Emma-Jane Boutwood. Unos meses atrás había resultado gravemente herida en un caso cuando, durante una persecución, una furgoneta robada la había aplastado contra una pared. Le correspondía estar de baja, pero le había suplicado a Grace que la dejara volver y encargarse de tareas sencillas.

El equipo lo completaba un analista, una indexadora, una mecanógrafa y el supervisor de sistemas.

Glenn Branson, vestido con traje negro, camisa azul intenso y corbata color escarlata, alzó la vista cuando Grace entro.

– Eh, viejo -dijo, pero más cansinamente que de costumbre-. ¿Hay alguna posibilidad de que podamos charlar luego con tranquilidad?

Grace asintió con la cabeza a su amigo.

– Claro.

El saludo de Branson provocó que también se levantaran otras cabezas.

– Bueno, ¡aquí viene Dios! -dijo Norman Potting, haciendo una reverencia con un sombrero inexistente-. ¿Me permite ser el primero en trasladarle mis felicitaciones por su ascenso a la cúpula de oro? -dijo.

– Gracias, Norman, pero la cúpula no tiene nada de especial.

– Bueno, en eso te equivocas, Roy -replicó Potting-. Muchos metales se oxidan, ¿sabes?, pero el oro no. Se corroe. -Sonrió con orgullo como si acabara de formular la Teoría de Todo, completa, final e indiscutible.

Bella, que no soportaba a Potting, arremetió contra él, con sus dedos encima de los Maltesers como las garras de un ave de presa.

– Es sólo semántica, Norman. Oxidar, corroer, ¿qué diferencia hay?

– Mucha, en realidad -dijo Potting.

– Tal vez deberías haber sido metalúrgico en lugar de policía -dijo ella, y se metió otro Malteser en la boca.

Grace se sentó en el único asiento vacío, al fondo del área de trabajo entre Potting y Bella, y al instante arrugó la nariz al percibir el hedor a tabaco de pipa que desprendía el hombre.

Bella se volvió hacia Grace.

– Felicidades, Roy. Te lo mereces mucho.

El comisario estuvo un rato aceptando y agradeciendo las felicitaciones del resto del equipo y luego dejó el libro de estrategias policiales y el programa de la reunión delante de él.

– Bien. Ésta es la segunda reunión informativa de la Operación Dingo, la investigación sobre el presunto asesinato de una mujer sin identificar. Hoy se cumplen tres días del hallazgo de los restos.

Durante algunos minutos resumió el informe de la arqueóloga forense, y después leyó los puntos clave de la extensa evaluación de Theobald: posible muerte por estrangulamiento, evidenciada por el hioides roto de la mujer. Estaban realizándose análisis forenses para buscar toxinas en las muestras de pelo recuperadas. No había rastro de lesiones en el esqueleto, como roturas o cortes, que indicaran heridas de arma blanca.

Grace hizo una pausa para beber agua y observó que Norman Potting tenía una expresión muy petulante.

– De acuerdo. «Recursos.» Visto el tiempo que calculamos que ha transcurrido desde el suceso, de momento no me planteo ampliar el equipo de investigación.

Siguió con los otros encabezamientos. «Ciclos de las reuniones»: anunció que, como era habitual, celebrarían dos todos los días, a las 8.30 de la mañana y a las 18.30 de la tarde. Informó que el equipo informático de Holmes había empezado a trabajar el viernes por la noche. Leyó la lista titulada «Estrategias de investigación», que incluía el apartado «Comunicación/Medios», donde se enfatizaba la necesidad de que la prensa cubriera el suceso, y dijo que estaban intentando que el caso apareciera en televisión en la siguiente edición de Alerta criminal, aunque estaban en negociaciones porque el programa consideraba que el asunto carecía del interés periodístico suficiente. Luego, cedió el turno a su equipo y le pidió a Emma-Jane Boutwood que fuera la primera en intervenir.

La joven agente sacó una lista de todas las personas desaparecidas en el condado de Sussex durante el mismo periodo en que había muerto la víctima, pero no había sacado ninguna conclusión. Grace le pidió que ampliara la búsqueda y revisara los expedientes de las personas desaparecidas a nivel nacional durante esa época.

Nick Nicholl informó que se habían enviado muestras de ADN del pelo de la mujer al laboratorio de Huntington, junto con una muestra del hueso del muslo para que extrajeran el ADN.

Bella Moy informó que se había reunido con el ingeniero jefe de la ciudad.

– Me ha mostrado los diagramas del alcantarillado y ahora estoy trazando un mapa de los posibles lugares de entrada del cuerpo en la red de desagües. Lo tendré mañana.

– Bien -dijo Grace.

– Hay algo que podría ser bastante importante -añadió Bella-. La salida del alcantarillado se encuentra mar adentro para garantizar que las corrientes se lleven todas las aguas residuales lejos de la costa en lugar de hacia la playa. -Grace asintió, adivinaba qué observación haría-. Así que es posible que el asesino fuera consciente de ello. Podría ser ingeniero, por ejemplo.

Grace le dio las gracias y se volvió hacia Norman Potting; sentía curiosidad por saber por qué el sargento parecía tan satisfecho.

Potting sacó un fajo de radiografías de un sobre beis y lo levantó con aire triunfante.

– ¡Tengo un resultado positivo para el historial dental!

Se hizo un silencio absoluto. Todas las orejas de la sala estaban pendientes de él.

– Me lo ha proporcionado uno de los dentistas de la lista que me diste, Roy. La mujer se hizo muchos arreglos dentales. Se llama, o se llamaba mejor dicho, Joanna Wilson.

– Buen trabajo -dijo Grace-. ¿Soltera o casada?

– Bueno, tengo buenas y malas noticias -dijo Potting, y se sumió en un silencio petulante, sonriendo como un imbécil.

– Somos todo oídos -le instó Grace a continuar.

– Tenía marido, sí. Una relación tormentosa, por lo que he podido averiguar hasta ahora. El dentista, el doctor Gebbie, conoce un poco la historia. Mañana sabré más. Era actriz. Todavía no tengo los detalles, pero se separaron y ella se marchó. Al parecer, se fue a Los Angeles para hacerse famosa… O eso es lo que el marido dijo a todo el mundo.

– Parece que deberíamos tener una charla con el marido -dijo Grace.

– Hay un pequeño problema con eso -contestó Norman Potting. Luego asintió pensativamente unos momentos, frunciendo la boca, como si llevara el peso del mundo sobre los hombros-. Murió en las Torres Gemelas, el 11-S.

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