Octubre de 2007
A las nueve y cuarto Abby conducía el Honda todoterreno diésel negro que había alquilado anoche, siguiendo las instrucciones de Ricky al pie de la letra, subiendo una colina hacia Sussex House. Notaba como si tuviera el estómago lleno de alfileres calientes y estaba temblando.
Respirando hondo y con constancia, intentó por todos los medios mantener la calma y no dejar que le entrara otro ataque de pánico. Estaba al borde de sufrir uno, lo sabía. Tenía esa sensación ligeramente incorpórea que siempre los precedía.
Era irónico, pensaba, que el Southern Deposit Security estuviera a menos de un kilómetro del edificio al que se dirigía ahora. Llamó a Glenn Branson y, con voz temblorosa, le informó de que estaba acercándose a la verja. Él le dijo que salía enseguida.
Abby detuvo el coche como le habían indicado, delante de la enorme verja de acero verde, y puso el freno de mano. En el asiento del copiloto había la bolsa de plástico donde ayer metió los medicamentos de su madre. También estaba el sobre acolchado. La maleta la había dejado en la habitación del hotel.
Glenn Branson apareció y la saludó alegremente con la mano. La verja comenzó a abrirse y, en cuanto el hueco fue suficiente, Abby la cruzó. El sargento le señaló que aparcara delante de una hilera de contenedores con ruedas y luego sujetó la puerta para que saliera.
– ¿Se encuentra bien? -le preguntó.
Ella asintió desolada.
Con actitud protectora, Branson le pasó un brazo por el hombro.
– No pasará nada -le dijo-. Creo que es usted una mujer muy fuerte. Traeremos a su madre de vuelta sana y salva. Y también recuperaremos sus sellos. Él cree que ha elegido un lugar inteligente, pero no. Es una estupidez.
– ¿Por qué lo dice?
– Ha elegido el lugar para asustarla -contestó Branson mientras la conducía a través de una puerta hacia el hueco de una escalera-. Ésa es su prioridad, pero no debería serlo. Ya está usted bastante asustada, así que no necesita intensificar más las cosas. No piensa con claridad. No está actuando como actuaría yo.
– ¿Y si les ve? -preguntó Abby, recorriendo el pasillo, intentando seguir su ritmo.
– No nos verá. A menos que tengamos que intervenir. Y sólo lo haremos si creemos que está usted en peligro.
– La matará -dijo ella-. Es malo. Si algo se tuerce, lo hará sólo para divertirse.
– Somos conscientes de ello. ¿Tiene los sellos?
Abby levantó la bolsa de plástico para enseñársela.
– ¿No ha querido correr el riesgo de dejarlos en el coche en una comisaría de policía? -Branson sonrió-. ¡Sabia decisión!