Capítulo 105

Yashim encontró a la contessa durmiendo, todavía atada a la cama.

Soltó las cuerdas con facilidad, y ella se dio la vuelta, sin dejar de dormir, llevándose las manos al pecho. Yashim levantó las sábanas y las extendió sobre ella.

De vuelta a su habitación, Yashim se miró al espejo. El timonel tenía razón: no parecía el pachá. Su aspecto casi no era humano. Había perdido el turbante, y el cabello estaba rígido por el barro que le empapaba el rostro, cuello y ropas. Su camisa estaba rota hasta la cintura. La sangre se había secado en una de sus mejillas, y los ojos tenían un aspecto anormalmente blanco.

Se quitó las ropas mojadas y se lavó la cara y las manos en la palangana, coloreando el agua de un gris fangoso. Se limpió con una toalla húmeda, temblando, deseando que los venecianos, entre todos sus robos y adopciones de las costumbres de Estambul, hubieran elegido el hammam. Sentía como si el putrefacto cieno de los canales se hubiera filtrado por todos los poros de su piel, y el frío, también. Lo que necesitaba ahora era agua caliente ilimitada y un hombre que lo masajeara. Se puso una muda limpia, y ropas secas, y de algún modo se sintió recuperado.

De vuelta al salón se quedó largo rato ante la ventana, contemplando el denso tráfico del Gran Canal. Escuchando el sonido de las campanas y pensando sobre el hombre al que había matado.

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