Antes de abandonar el palacio, Yashim cruzó el Tercer Patio y entró en los archivos, donde se albergaban los vastos documentos de la burocracia que había gobernado millones de vidas durante siglos.
Se pasó una hora examinando un elaborado índice, rechazando todas las ofertas de ayuda hasta que encontró el volumen que deseaba.
Un bibliotecario desapareció entre los enormes estantes, atestados de volúmenes de correspondencia, e informes, rollos antiguos, edictos imperiales.
– Los registros que usted solicita todavía no han sido encuadernados. -El bibliotecario agitó las manos, excusándose-. Nos los acaban de entregar.
– Me gustaría verlos, de todos modos.
El bibliotecario frunció el ceño.
– Va contra las reglas mostrar archivos no encuadernados.
Yashim esperó.
– No puede usted sacarlos, effendi.
– Los examinaré delante de usted, si quiere.
El bibliotecario aspiró por la nariz.
– Eso no será necesario -dijo tajantemente.
Unos momentos más tarde, Yashim estaba hojeando un montón de actas diplomáticas.
Le llevó veinte minutos encontrar lo que quería.