Capítulo 64

Brunelli levantó los ojos del canal y los dejó vagar por la fachada de un palazzo que reconoció como perteneciente a la contessa d'Aspi d'Istria.

Ése era el lugar donde Barbieri había dado su último paseo en góndola.

Y en la puerta de al lado del palazzo, un tal signor Brett, que venía de Nueva York y hablaba italiano como un… ¿cómo qué? Hablaba bien… en dialecto toscano.

Lo cual suponía tres giros en el callejón; tres piezas del laberinto. Había recovecos en el signor Brett, y no líneas rectas.

Pero Brunelli sabía que era inocente del asesinato.

– ¿Le sobra una monedita, amigo?

Brunelli bajó la mirada hacia la desastrada figura que tenía a sus pies, y frunció el ceño.

– Deberías marcharte de aquí.

– Eso es lo que el otro policía dice -repuso el mendigo. Parecía forastero… Genovés, quizás. Tenía unas llagas sonrosadas en su cuero cabelludo y la cara hinchada.

Brunelli levantó la mirada… y allí estaba Vosper, de pie, en el umbral de una casa del callejón, de espaldas.

– ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

– Media hora, quizás menos. Pero no hay nadie en casa.

– ¿Nadie en casa?

– El caballero del apartamento ha salido.

Brunelli miró a Vosper, y sintió una oleada de irritación que bordeaba el desprecio.

– ¿Vino… en esta dirección el caballero?

– Directamente desde el puente.

Brunelli sabía lo que tenía que hacer.

– Si vuelve -si pasa por aquí otra vez-, ¿le dirás que no vaya a su casa?

– Que no vaya a su casa -repitió el mendigo-. Se lo haré saber.

– Aquí tienes cincuenta -dijo Brunelli, sacando una moneda del bolsillo. La puso en la mano del mendigo-. Dile que se mantenga lejos.

– Muy bien, su señoría. Aquí estaré.

Brunelli se dio la vuelta y empezó a desandar lo andado.

¡Líneas rectas!

¡Qué estúpidos!

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