Capítulo 106

Las campanas de San Sebastiano estaban sonando cuando la signora Contarini salía de casa con su mejor toca. Su marido había cedido gustosamente el brazo de la mujer a Stanislaw Palieski, que caminaba solemnemente a su lado. Tras ellos venía Maria, sosteniendo al muchacho mudo de una mano y a una hermanita de la otra. Su hermano la seguía con dos niños.

Los Contarini iban a misa.

– El chico loco debería venir -había decidido la signora-. ¿Por qué no? Es un cristiano, ¿verdad?

– ¿Y cómo puede usted afirmarlo, signora? -le replicó Palieski-. Podría ser un moro, como Yashim.

Ella negó con la cabeza vigorosamente.

– Créame, signor, es un cristiano. Como espero que lo sea usted, signor.

El chico permaneció tranquilo hasta llegar a la iglesia, momento en que empezó a emitir grititos, dando golpecitos a la puerta con las manos y asintiendo amistosamente. Algunos feligreses se quedaron mirándolo fijamente, pero la signora Contarini mantuvo levantada la barbilla y acompañó majestuosamente a su séquito al interior, donde tuvieron cierta dificultad para mantener al chico sentado en el banco. Parecía querer ir por ahí tocando todas las paredes y cosas de la iglesia. Sólo cuando entró el padre Andrea se quedó quieto el muchacho, su cabeza, que lucía una barba incipiente, inclinada en actitud maravillada ante los ademanes del cura.

Cuando se acercaba la comunión, la signora se mostró un poco agitada.

– El chico debe quedarse con los niños -siseó.

Se acercaron arrastrando los pies a la barandilla del altar. Palieski se arrodilló entre la signora Contarini y Maria para recibir la hostia.

– In nomine patris et filii et spiritus sancti.

– Amén.

Palieski levantó la oblea hasta su boca.

Maria le dio un codazo. La signora estaba metiéndose la hostia en la boca, y más allá estaba arrodillado el mudito.

Palieski miró de reojo. La cara del muchacho estaba transfigurada por una expresión de… ¿qué exactamente? Era la expresión de un apóstol en una Asunción medieval. ¿Asombro? ¿Miedo?

La signora Contarini meneó la cabeza con impaciencia al ver al muchacho.

– In nomine patris et filii et spiritus sancti -murmuró el padre Andrea, sosteniendo en lo alto la hostia.

El muchacho alargó la mano. Cogió la mano del cura en la suya, y la llevó a su mejilla.

El padre Andrea murmuró una bendición. Hizo un movimiento para irse, pero el chico no parecía decidido a soltarlo.

Cuando él se inclinó para decir algo al oído del muchacho, Palieski vio una expresión de confusión en su rostro. Luego desapareció el color de sus mejillas.

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