Capítulo 1

Se hundió lentamente en las oscuras aguas, los brazos extendidos, los pies apuntando hacia abajo, como un Cristo, o un derviche que bendijera el mar.

La piedra atada a sus pies golpeó el barro con una suave explosión. Sus rodillas se doblaron, y al cabo de un momento el cadáver se inclinó graciosamente con la marea. Siempre había sido elegante, y flexible cuando fijaba un precio; un hombre que comerciaba y siempre cedía algo en los tratos.

Encima de él, el asesino giró su cabeza de un lado a otro, alerta al más ligero movimiento de la oscuridad, sintiendo la lluvia sobre su rostro. Permaneció quieto durante unos minutos, esperando y observando, antes de parpadear, darse la vuelta y salir silenciosamente del puente, para ser tragado por la noche y los callejones de la durmiente ciudad.

La marea menguó. El agua arrastraba las algas verdes que se alineaban en las paredes, borboteaba alrededor de los viejos pilotajes y se deslizaba retrocediendo de los gastados escalones de piedra. Descendía, empujando suavemente al comerciante más cerca del mar en el que, en sus días de gloria, la ciudad había hecho su fortuna. Bajo las cúpulas bizantinas, los palacios deteriorados y las embarcaciones amarradas, el cadáver era empujado silenciosamente hacia el mar, los brazos todavía abiertos en un gesto de vana bienvenida.

No obstante, alguna obstrucción, un bloque de piedra o un lazo de cuerda podrida, debía de haber obstaculizado su paso: porque, cuando rayaba el alba, y la marea bajó, el comerciante aún estaba a unos metros de distancia de las profundas aguas de la Riva dei Schiavoni en las que debía haberse hundido sin dejar ninguna huella.

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