Capítulo 36

En los tiempos de la República, los asuntos de Estado eran discutidos por el Consejo de los Trescientos, elegidos entre las familias nobles. Ningún otro veneciano tenía influencia alguna sobre la política de la República.

La verdadera autoridad se hacía recaer en un Consejo de los Diez, elegido entre miembros del Senado. Los diez gobernaban en nombre del dux.

Detrás de los Diez, manejando los resortes del poder absoluto, sin posible apelación, estaba el Consejo de los Tres.

Todo esto, un sistema de gobierno absoluto mediante un gabinete secreto, fue barrido por Napoleón. En 1797, una guardia de honor de infantería croata que se marchaba hizo unos disparos de saludo como despedida; los senadores, presa del pánico, instantáneamente votaron el final de su existencia, y huyeron de la cámara.

Pero aún sobrevivía un vestigio del viejo gobierno.

Mientras el amigo de la contessa lamentaba la pérdida de los viejos leones de piedra de San Marco, había uno, al menos, cuyo futuro parecía asegurado, incluso bajo los Habsburgo. En la parte trasera del Palacio del Dux, en un estrecho callejón de lisas paredes sin ventanas, una cabeza de león de piedra estaba adherida a la pared, sus ojos mirando fijamente, su boca abierta.

Dentro de esta boca, la bocca di leone, los ciudadanos corrientes siempre se habían sentido alentados a depositar información que sería útil para el Consejo de los Tres. La información, aportada anónimamente, era investigada y, si demostraba ser interesante, podía ser utilizada inmediatamente… O simplemente archivada en expedientes que el Estado Veneciano conservaba sobre todos sus ciudadanos, y más si eran importantes. Un tufillo de traición, una deshonesta práctica comercial, una ruptura de contrato, una infidelidad conyugal. El conocimiento oculto era la herramienta por la que los venecianos gobernaban su Estado. El conocimiento del mundo en general los había hecho ricos. El conocimiento de sí mismos, esperaban ellos, los mantendría a salvo.

No era, después de todo, una república muy progresista; por eso estalló cuando Napoleón la tocó, como una burbuja de cristal de Murano.

Lejos de suprimir la boca del terrible león en nombre de la Libertad, los franceses la habían ampliado; la denuncia anónima también se convirtió en el instrumento del gobierno revolucionario en París.

Y los austríacos, que nunca fueron unos reformadores demasiado celosos, y preferían dejar las cosas en buena parte tal como las habían hallado, pronto se dedicaron a inspeccionar regularmente la bocca di leone. Naturalmente, no encontraron mucho; el pueblo de Venecia era en general reticente a proporcionar información a sus gobernantes extranjeros.

Pero los viejos hábitos se resisten a desaparecer.

Venecia fue la primera ciudad de Europa en tener alumbrado público, pero el callejón de la parte de atrás del Palacio del Dux estaba casi a oscuras cuando, hacia las diez de la noche, una sombra se deslizó por delante de la bocca di leone.

La sombra planeó a lo largo del callejón sin una pausa, pero el león fue alimentado con un rombo de papel, muy pequeño y estrechamente enrollado.

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