Capítulo 96

Yashim soñó el mismo sueño que Palieski aquella noche: una interminable búsqueda bajo las piedras de Venecia; y cada piedra tenía que levantarla con la mano, una por una. Pero no había nada debajo; sólo tierra y agua. Y había una mujer, retorciéndose las manos detrás de él.

Seguía oyendo sus gemidos y llantos cuando se despertó, en la oscuridad, y yació allí, escuchando contra su voluntad.

Murmurando una plegaria por su alma. Una plegaria contra la oscuridad de la noche.

Se dio la vuelta rápidamente y se puso de pie, de un salto.

Aquel grito… ¿era realmente el sonido de una mujer afligida?

¿O el sonido del peligro ?

Después del grito, silencio.

El corredor estaba oscuro como boca de lobo. Yashim se abrió camino palpando la pared. Llegó a una puerta y la cruzó. La siguiente, la abrió. Una luz a franjas se filtraba a través de los postigos sobre la cama doselada, de la que colgaba un oscuro drapeado; la habitación tenía un aspecto enorme y vacío.

Se disponía a cerrar la puerta, cuando un largo gruñido hizo que el cabello se le erizara en la nuca.

Dio un paso para entrar en la habitación, deseando tener una vela. Y una forma blanca se lanzó a través del aire, proyectándolo hacia atrás, contra la pared.

Sintió que un suave cabello le azotaba la cara, y que unas uñas duras rasgaban su pecho.

Ella lo mordió como un animal salvaje, en el cuello, en la mejilla, arañándole el pecho y los hombros.

Yashim aplicó una mano bajo su barbilla y empujó a la mujer hacia atrás. Notó el sabor de la sangre en su propio labio.

Carla se tambaleó hacia atrás, y luego volvió a lanzarse hacia delante, sollozando y mordiendo.

Yashim la agarró por los brazos y trató de obligarla a bajarlos. Ella forcejeó, intentando deshacer su presa, arrastrándolo hacia la cama.

Entonces él se subió encima de ella, cogiéndole los brazos por encima de la cabeza. Las caderas de la mujer se retorcieron bajo él.

Ella le escupió en la cara.

Yashim sacudió la cabeza. Furioso, arrancó una cuerda de la columna más cercana y la enrolló en torno de las muñecas de la dama. Ésta se retorcía bajo su presa, y consiguió casi quitárselo de encima, de manera que Yashim cambió su peso más arriba de su cuerpo. Las piernas de Carla golpearon furiosamente la cama.

Con gran esfuerzo, movió los brazos de la mujer a través de la cama, acercando sus muñecas al pilar. Cuando se inclinaba sobre ella para atárselas, Carla sacudió bruscamente la cabeza, intentando morderlo.

La mujer tiró luego furiosamente de la cuerda con sus brazos, tratando de soltarse.

De un salto, Yashim estuvo fuera de la cama, y se quedó allí de pie, jadeando.

La cuerda resistió.

Carla jadeó, buscando aire. Y, entre jadeos, empezó a reír.

Yashim cerró los ojos; su pecho palpitaba.

Ella pensaba que había ganado.

Yashim sintió un arrebato de ira. Si ella había ganado, él había perdido.

«Déjalo estar -se dijo a sí mismo-. Déjalo estar.»

Su jadeo cesó.

Y algo frío, y muy fino, se deslizó debajo de la oreja de Yashim, y una voz susurró en ésta suavemente:

– Tesekur ederim.

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