Palieski estaba asombrado de lo rápido que había cambiado su estado de ánimo.
Las revelaciones de Alfredo lo habían animado mucho. Difícilmente podía ser acusado de cobardía ahora. El desgraciado hermano no estaba, a fin de cuentas, muerto: ¡Lejos de ello! Parecía estar haciendo una vida normal, y trazando algunos planes como algún viejo exarca bizantino.
El símil le pareció a Palieski particularmente adecuado. ¿Qué era Venecia, a fin de cuentas, sino un retoño de Bizancio que había echado raíces, abriéndose camino, intacto, hasta el siglo XIX como las zarzas en el tejado de una iglesia? Sacerdotes armenios, mosaicos, aristócratas intrigando… Vaya, hasta el Fondaco dei Turchi era un palazzo bizantino.
Sonrió torvamente, ¿Qué era una bala de vez en cuando, ahora que el hermano había conseguido su parte? Y así el trato estaba otra vez en marcha… Por mil más, cierto, pero seguía siendo una compra decente. El embajador iría, después de todo, al baile.