Pasaron unos segundos.
Yashim supuso que Carla se había vuelto a reír.
Estaba muy quieto, ahora. Sentía la hoja bajo su oreja.
Pero sólo una idea corría por su mente como un toque de tambor.
Tesekur ederim significaba «gracias» en turco.
Yashim sintió que se tensaba su estómago, al igual que sus hombros.
E hizo la tijera. Dio un paso adelante, sus hombros se bajaron y se dobló por la cintura.
Intuyó, más que sintió, la hoja introduciéndose en la blanda piel detrás de su oreja.
Bruscamente, dio una patada hacia atrás.
Tenía la esperanza de que el tártaro hubiera perdido forma. Matar venecianos era como cazar pájaros con liga.
Su pie impactó, pero no con dureza: al siguiente momento, el tártaro había hecho presa en su tobillo. Con la mano izquierda… Yashim dio un tirón, se impulsó hacia delante y se dio de bruces contra la cama.
Apoyándose con ambas manos sobre el colchón, se lanzó hacia atrás.
El tártaro lo esquivó fácilmente, pero ahora Yashim se encontraba a su espalda. Cuando el tártaro giró en redondo, Yashim lanzó un puño y luego el otro. El protuberante nudillo de su dedo medio se hundió en la mejilla del tártaro.
El tártaro lo cogió por el cogote. Yashim sintió que se ahogaba, y se agitó a ciegas. Entonces el tártaro lo agarró por el cinturón y con un gruñido lo proyectó por el aire… Yashim levantó las manos y los postigos estallaron como ramitas podridas.
Pero Yashim estaba ya retorciéndose mientras volaba. Sus rodillas se doblaron contra el alféizar de la ventana y por un segundo vio que la oscura mole de los edificios se balanceaban. Su cabeza se estrelló contra la pared… En un instante el tártaro lo cogería por los pies y lo echaría por la ventana. Y sería el final de la lucha.
Instintivamente, Yashim tensó las piernas. Con un último esfuerzo, se puso de pie. El tártaro ya estaba en la ventana.
Yashim lo agarró con ambas manos… Pero la inercia fue demasiado débil para hacerlo retroceder. Mientras caía hacia atrás dio nuevamente una patada, y ambos salieron por la ventana y dieron vueltas, el tártaro girando una y otra vez por el aire.
Sólo en Venecia podía alguien sobrevivir a una caída de dos pisos.
El tártaro fue el primero en estrellarse contra el agua. Yashim pareció golpearlo al caer sobre él… Movió frenéticamente las piernas y tosió, mientras subía en busca de aire.
Daba patadas, presa del pánico. El tártaro seguía bajo el agua.
Yashim nadó con rapidez hacia la seguridad de la pared del palazzo-, y allí, al débil resplandor de la farola sobre el agua, vio que el tártaro salía a la superficie, a diez metros de distancia.
Estaba alejándose a nado, canal arriba.
El deseo de Yashim era más bien dejarlo escapar.
Se secó la boca con los dedos, y notó el sabor de la sangre.
Con su otra mano buscó el cuchillo. El cuchillo que Malakian le había regalado por una monedita. El cuchillo de cocina.
Un cuchillo que un cazador podía llevar; un cuchillo para despellejar una presa.
El cuchillo que estaba hecho de acero de Damasco.
Yashim se apartó con una patada de la pared, e inició la caza.