Como muchos venecianos, Brunelli creía que los venecianos comen mejor que cualesquiera otros ciudadanos del mundo; y, como muchos venecianos, también él creía que comía mejor que nadie en Venecia, gracias a su esposa.
Aquella mañana, antes de que tuviera noticias de lo ocurrido al infortunado Barbieri, su mujer le había anunciado su intención de cocinar seppie con nero para el almuerzo. Ella sabía que Brunelli estaba descontento con su hijo. Seppie con nero era un plato favorito para los dos, y ella esperaba que sus diferencias podían resolverse frente a un cuenco de humeante líquido.
– Llegas tarde, papa -dijo Paolo, cuando Brunelli apareció.
Carla miró a su marido. Éste sonrió.
– Si llego tarde, Paolo, es porque he estado trabajando. No holgazaneando por la piazza, charlando y fumando puros.
– Pero, papa, tu trabajo es charlar también. Lo mismo que el mío.
– Humm. -Brunelli se sentó a la mesa y cerró los ojos-. Lo huelo. Huelo a seppie con nero -susurró.