Capítulo 38

¡Pop! ¡Pop! Los corchos volaron; los muchachos estaban extasiados.

– ¡Vaya, Palieski! -Los ojos de Compston brillaban-. ¡Vaya!

– Por Venecia -propuso Palieski. Bebieron otra vez. Palieski les llenó las copas.

– ¿Y qué es Venecia, caballeros? La ciudad del placer. Máscaras, bailes, las noches de Arabia renacidas -un lugar de amor, y de mugre, de arte elevado… y bajos deseos.

Los jóvenes se rieron con disimulo.

– ¿Me atrevería a decir que han estado ustedes en el Palacio del Dux? ¿En la Scuola di San Giorgio degli Schiavoni? ¿Y en la Academia? Por supuesto, por supuesto. Por el arte, caballeros. ¡Por la gloria de Bellini, y Tiepolo y Ticiano!

– ¡Por el arte! -corearon todos entusiásticamente.

– A decir verdad -dijo Compston-, he visto todo el arte que pudiera desear.

Fizerly asintió.

– Y escribiéndolo todo para contárselo a las damas de casa. Un poco agotador, Palieski.

– ¿Károly?

Pero el conde Károly, igualmente, parecía haber flaqueado bajo el diluvio de arte veneciano.

– Es todo muy antiguo -dijo-. Nada nuevo.

Palieski asintió.

– Tiene usted razón. Es todo viejo. Maravilloso, pero congelado. ¡Por la congelada Venecia!

Todos bebieron.

– Todo esto está muy bien para usted, Palieski -declaró Compston con un guiño.

– Creo que tiene usted razón, mister Compston -dijo Károly-. La Venecia del conde Palieski no parece estar toda congelada.

Le lanzó a su anfitrión una fría sonrisa.

– Caballeros, he arreglado para ustedes un encuentro con algunas encantadoras jóvenes amigas mías -continuó Palieski tranquilamente-. Creo que las oigo ya en las escaleras.

Se fue hacia la puerta y la abrió de par en par.

– Aquí están, en efecto. Por favor, consideren mi hogar como si fuera el suyo.

Salió al rellano. Maria le dio un golpecito con el abanico, y sonrió.

Los tres jóvenes se pusieron de pie, cuando Maria y sus amigas entraron en la habitación, riendo.

– Avanti, sorelle!

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