Capítulo 68

En el café, Yashim estaba empezando a explicarse.

– Tu amiga Maria.

Palieski levantó la cabeza.

– ¿Cómo es que conoces a Maria?

– Tu Alfredo… un hombre gordo y feo.

Palieski se retorció en su silla.

– Eso no lo convierte en un ladrón.

– No. Pero estaba al mando cuando sus dos secuaces registraron tu apartamento. Él los envió. Ellos se llevaron a Maria.

– ¿Maria? ¿Qué le ha pasado?

Yashim se lo contó.

– La tenían en el Fondaco dei Turchi. En el viejo hammam.

– ¿Tú la encontraste?

– Finalmente.

– ¿Y ella está…?

– Oh, está bien. Podrás verla dentro de un momento.

– Pero ¿qué querían de ella?

– Querían saber dónde estabas tú. -La mirada de Yashim buscó el rostro de Palieski-. ¿Era buena tu tapadera?

Palieski se mordió el labio.

– No creo que bajara la guardia y me delatara, Yashim. Y era bastante buena… la tapadera del coleccionista norteamericano. ¿Por qué no? Aparte de aquel encuentro con Compston y sus compadres, nadie podía poner en duda al signor Brett.

– ¿Brunelli?

– No, no lo creo.

Yashim lo miró, pensativo.

– Alguien lo imaginó. Ahora no importa. Tu Alfredo estaba sólo atento a todos los detalles.

– Yo vi el cuadro, Yashim -protestó Palieski-. El sultán…

– ¿Y lo miraste durante cuánto tiempo? ¿Unos segundos?

Palieski se movió incómodamente en su asiento.

– No mucho, lo admito. Pero aun así, el hermano…

– Justamente. Fue el comportamiento del hermano lo que te hizo creer en el cuadro.

Palieski levantó un par de dedos. El camarero asintió. Recordó aquella noche en el cobertizo, y la extraña conversación entre Alfredo y Mario.

Y Alfredo había alzado la voz… «¡Mirad, el Bellini!» Podía haber sido la señal.

Se cubrió el rostro con las manos.

– No lo sé, Yashim. Es todo teatro… Resulta imposible distinguir lo real de lo falso.

– Lo que pasó aquella noche fue teatro, desde luego… La oscuridad, el arma, la pelea para escapar. Incluso te hicieron nadar.

«No le hablaré de mi visita al palazzo por la mañana -pensó Palieski-. Ahí es cuando debería haberme dado cuenta.»

Algo le cruzó por la cabeza; algo más que había ocurrido en la mañana. Pero era vago; y Yashim estaba hablando.

Palieski apartó la idea de su mente.

Por lo cual otro hombre moriría.

– ¿De manera que ahora, Yashim, tenemos que empezar de nuevo?

Yashim miró fijamente a los ojos de Palieski.

– Empezar de nuevo… Sí, en cierto sentido. Pero no de cero. Necesito averiguar todo lo que sabes.

Palieski se sobresaltó.

– Por favor, Yashim. Me pones nervioso. Te contaré todo lo que pueda.

– Bien, pero aquí no. Necesitamos llevarte a algún lugar seguro, lejos de la policía… y de la gente de Alfredo. Precisamente conozco ese lugar. Vamos.

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