Una anciana se quejó a la policía de que un mendigo se había instalado en las escaleras de su casa, y no se movía.
Estaba sentado en los escalones, con la cabeza sobre las rodillas. Para cuando Scorlotti llegó a su lado estaba clavado en el lugar; sólo sus brazos se habían alzado de forma extraña, como los brazos de una persona devota, cuando le llegó el rigor monis.
No había ninguna marca en él, excepto una mancha de color violeta en su nuca, y una leve magulladura sobre su nuez. Sus documentos, así como una pequeña cantidad de monedas, seguían en sus bolsillos.
La vieja cerró la puerta de golpe y dio la vuelta a la llave. Scorlotti oyó cómo los cerrojos se corrían.
Llevó el cadáver al depósito en una góndola.