El sargento Vosper no sólo era un hombre metódico y lento. El aspecto del trabajo policial que más le gustaba era permanecer en un dintel, al otro lado de la calle, esperando a que un sospechoso apareciera.
En la Procuratie tenía que soportar las interminables conferencias del Stadtmeister, y a hombres como Brunelli, que se burlaban de él. Cuando Brunelli se reía, él nunca sabía si mostrar agrado o sentirse ofendido. Ahora Brunelli iría por su cabeza.
Esperar a Brett no era, considerándolo bien, una mala manera de pasar la tarde.
Llegó a las seis menos cuarto, según el reloj de Vosper. Era un feo individuo que se presentó ante la puerta principal del palazzo, la empujó y entró. Vosper lo siguió.
– ¿Signor Brett? -gritó, cuando oyó los pasos del hombre en la escalera de piedra sobre su cabeza.
El hombre de detuvo.
– ¿Quién es?
Vosper sacó la cabeza por encima de la barandilla y miró hacia arriba.
– Policía.
– ¿Qué está usted buscando?
La regla de Vosper era no responder jamás directamente a una pregunta.
– ¿Es usted el signor Brett?
Sobre su cabeza oyó una voz que murmuraba para sí.
– ¿Brett? -gritó-. Por favor… ¿es ésta la Ca' d'Aspi?
– Es la Casa Manin. D'Aspi es la puerta de al lado.
El tipo feo bajó por las escaleras, riendo entre dientes con pesar.
– Casa esto, casa aquello. Deberían darnos números de calle en el siglo diecinueve.
Vosper asintió. Era una buena idea. Los números ayudarían al trabajo policial.
– Estoy esperando al signor Brett.
– Jamás he oído ese nombre -dijo Alfredo-. Tengo que ir a la Ca' d'Aspi. ¿La puerta de al lado, dijo usted?
– Así es. -El hombre se había perdido. No era americano, para nada-. Gire a la izquierda, y luego la primera a la izquierda.
– Gracias, commissario. -Mientras pasaba, el tipo feo se dio la vuelta y bajó la voz-. ¿Y qué ha hecho ese Brett?
– No estoy en libertad de revelarlo, me temo, señor. -Lo cual, bien mirado, era una vergüenza. Vosper obtenía muy poca gloria de su trabajo, y aquí había un hombre que no parecía echárselo en cara. Se inclinó un poco-. Podría tratarse de una acusación que merece la horca.
El tipo feo hizo una mueca.
– ¿Asesinato?
Vosper apretó los labios.
– De eso se trata, por decirlo en una palabra, señor. Entre nosotros.
Alfredo agachó la cabeza en un gesto admirativo.
– Buena suerte, commissario.
– Y buena suerte a usted, también, señor. Es a la izquierda, y luego otra vez a la izquierda.