El sargento Vosper era un hombre lento y metódico, para el cual las órdenes eran órdenes; aparte de cuestionar la validez del procedimiento de asumir el caso de otro hombre, no dudaba de su jefe. Finkel había analizado los motivos del asesino. El trabajo de Vosper era proporcionar las pruebas que lo apoyaran.
La contessa, desde luego, sería capaz de señalar fácilmente al amante culpable; pero Vosper no era policía porque sí. Era lo bastante astuto para saber que ella rehusaría dar el nombre… incluso aunque lo sospechara. Probablemente se sentía halagada por las pasiones que había despertado. Interrogarla a ella, por lo tanto, significaba una pérdida de tiempo.
Lo cierto era que a Vosper le asustaba un poco la perspectiva de interrogar a la contessa d'Aspi d'Istria, con todos esos títulos y protocolos, y las oportunidades de hacer el ridículo. Pero la propia tía de Vosper había sido criada, muchos años antes, y él sabía cómo hablar a los sirvientes. Sabía, también, que los sirvientes mantenían abiertos los ojos. Eran una mina de información.
– ¿Qué tal, Andreo? -le dijo agradablemente al criado de la contessa, mientras se deslizaba en una silla a su lado en el pequeño café situado en el Campo Santa Maria Mater Domini.
– Antonio. ¿Quién es usted?
– Policía. No te preocupes, no estoy aquí para denunciarte. Sólo quiero tener una pequeña charla.
– ¿Se trata de Barbieri, verdad? No sé nada al respecto.
– Entiendo. ¿Y qué te hace estar tan seguro de que se trata de Barbieri?
Antonio miró al policía y frunció el entrecejo.
– ¿Qué otra cosa podría ser?
Vosper consideró la cuestión. No se le ocurría una respuesta, así que dijo:
– La contessa, tu ama, es una mujer atractiva.
Antonio no respondió.
– Soltera, curiosamente. -Para Vosper, una mujer no casada era una idea rara y más bien poco atractiva-. Pero hay hombres en su vida, estoy pensando. Admiradores.
Antonio lo miró inexpresivamente.
– No me corresponde a mí decirlo.
– Puedes confiar en mí, Antonio, soy un policía. -Vosper cogió un mondadientes y se lo metió en la boca; no veía motivo para andarse con rodeos-. Me pregunto si la ha estado visitando alguien recientemente? ¿Un nuevo amigo, quizás?
Antonio sonrió. Él no tenía mucho tiempo para los amigos, ni para los policías.
– ¿Se refiere al americano?
– El americano -repitió Vosper, sin comprometerse-. Cuéntame cosas de él.
Antonio le complació. Había muy poco que contar, pero estaba razonablemente seguro de que un tipo tan estúpido como Vosper podía perder un montón de tiempo considerando la implicación del signor Brett en el caso. Esperaba que el signor Brett no sufriera demasiadas molestias. Le había parecido un hombre decente.
– ¿Tomó el apartamento de al lado? Interesante. -¿Qué mejor manera de llevar una aventura?
También encontró interesantes los detalles de su última -bien que la primera- visita pública al palazzo.
– ¿Se sintió enfermo, dices?
Enfermo de celos, sin duda. Brett había visto a su rival en la sala. Se marchó temprano y luego, tras haberse previsoramente hecho acompañar por Antonio hasta la puerta de su apartamento para establecer la coartada, esperó hasta que no hubo moros en la costa, y volvió sobre sus pasos.
Un caso evidente, tal como su jefe había dicho.
– Gracias, Andreo, has sido de mucha ayuda.
– Ha sido un placer -dijo Antonio.
Sólo una cosa inquietaba a Vosper mientras regresaba a la Procuratie.
Él no era, lo sabía, el más brillante de la clase. Así que, ¿por qué Brunelli no se le había adelantado ya?