Si Estambul era una ciudad de perros, entonces Venecia -desde el arrogante símbolo de San Marco hasta el más humilde habitante de callejón o trabajador de astillero- era una ciudad de gatos. El león alado se alzaba solamente allí donde las autoridades austríacas habían considerado inconveniente quitarlo, pero los gatos corrientes de la ciudad seguían patrullando por las noches a través de los campi, los jardines y las ruinas de Venecia, en busca de comida.
Por larga tradición, las palomas de la plaza de San Marco, al igual que la nobleza empobrecida de San Barnaba, eran alimentadas por el Estado. Los gatos, en cambio, se valían por sí mismos. La mayoría vivían de las ratas que desde hacía mucho tiempo habían colonizado la ciudad, reproduciéndose fácilmente en los húmedos cimientos en proceso de derrumbamiento de las casas venecianas, bajo la putrefacta vegetación de los pequeños jardines cercados de los ricos, o en vacíos desvanes.
Una gata, cuando ha de parir su carnada, busca un lugar seco y tranquilo donde pueda criar sus gatitos sin que la molesten durante las primeras semanas. Un edificio vacío constituye un refugio ideal, incluso aunque, después de años de abandono y degradación, no sea del todo seguro. El Fondaco dei Turchi era ese tipo de edificio; grande, abandonado, con postigos, y en proceso de putrefacción, daba al Gran Canal y estaba situado a menos de un centenar de metros del confortable alojamiento de Palieski, un perpetuo recuerdo, para los venecianos, de la decadencia del comercio, y la desaparición del apogeo de su poder comercial. Los turcos, que antaño lo usaron como su caravansar, llenándolo de muselinas y sedas, gemas y preciosos metales, no le encontraron ningún otro uso una vez que la República hubo fenecido; corría el rumor de que el Fondaco -que rivalizaba con el Fondaco dei Tedeschi, no lejos de allí- había sido vendido, a un especulador veneciano.
La gata no estaba interesada en los rumores; tampoco apreciaba la arquitectura bizantina del viejo palacio, construido en el siglo XII en el estilo oriental de moda. Lo que le interesaba, mientras patrullaba por las oscuras escaleras e investigaba las vacías habitaciones, eran las madrigueras de ratas y montones de basura, restos de madera, papel y telas viejas que llenaban los rincones, zonas de verdosa humedad y yeso caído, y por encima de todo la distancia entre su cubil y otro, compuesto de un cabo de vela, una capa, un jarro y un plato en el cual la gata encontró unas migas de pan.
Las devoró con hambre y huyó.