Yashim se había marchado cuando Palieski y Maria se sentaron a desayunar. Maria también tenía recados que hacer, de modo que Palieski se pasó la mañana en el patio con los desempleados, tratando de comprender su dialecto y dando de vez en cuando una calada a un cigarro muy barato. Un viejo desdentado había estado en la batalla de Borodino. Compartieron sus decepciones, y compitieron con sus recuerdos para entretenimiento de los más jóvenes, hasta que la señora los llamó a almorzar.
Yashim regresó unos minutos más tarde, y se sentó ante una espesa sopa de lentejas con evidente placer.
Después del almuerzo, Yashim habló quedamente con Maria y su madre. Palieski no pudo oír lo que decían, pero la vieja dama parecía dubitativa. Finalmente rompió a reír, y se cubrió la cabeza con el delantal, para esconder sus feos dientes. Palieski observó que Yashim le daba un poco de dinero a la signora.
Yashim salió al patio. Palieski le lanzó una mirada inquisitiva.
– La signora -explicó Yashim- ha aceptado pasar la tarde cociendo en el horno. Junto con una docena de sus amigas.
– ¿Bollos?
– Los bollos son tradicionales en Estambul. Imagino que también serán apreciados en Venecia.
– Yashim, estoy totalmente confundido.
– En ese caso -replicó Yashim, sonriendo-, es muy probable que mi plan salga bien.