– ¡Mario… Comprueba la puerta delantera! El hombre reapareció al cabo de medio minuto. Palieski oyó resonar sus botas en el suelo de piedra del corredor. Mario susurró algo urgentemente a Alfredo, el cual agarró a Palieski por el brazo.
Era como si nadie fuera capaz de considerar lo obvio. Permanecían juntos en el resbaladizo saliente, y Palieski podía oírlos respirar con dificultad.
Empezó a quitarse los zapatos. Se quitó también la chaqueta, y luego los pantalones, anudó los cordones de sus botas y se las colgó al cuello. Hizo un fardo con sus ropas, y se sentó en la fría piedra con los pies en el agua.
– Vamos -urgió y luego se bajó al agua. Jadeó por la impresión y nadó desesperadamente hacia la baja boca de la puerta acuática.