Capítulo 51

A veces Maria se despertaba preguntándose dónde estaba y, cuando la verdad retornaba, trataba de rechazarla por unos momentos más. Pero su labio hinchado y la cuerda alrededor de las muñecas, que le mordía la piel, hacían imposible resistirse a la cruda realidad.

Más que nada, quizás, aborrecía estar sola.

Se puso cautelosamente de pie. Le dolía la pierna allí donde había chocado con algo. Apoyando la espalda en la pared se abrió camino alrededor de su celda, tanteando, con unos dedos rígidos por el frío, las lisas paredes, buscando algo que pudiera usar. Encontró la puerta, y soltó patadas contra ella y gritó hasta magullarse los pies. Era una puerta de madera gruesa y pesada, pero tenía un pomo, y, después de muchos intentos consiguió usarlo para mover un poco la venda de su rostro.

La oscuridad seguía siendo absoluta.

Algo que le pareció una mesa baja de piedra se alzaba en medio de la habitación. Durante un rato se esforzó por rascar la cuerda contra el canto de la mesa, pero las que sufrieron fueron sus muñecas. Finalmente renunció y volvió a arrastrarse a su posición original, contra la pared, las rodillas levantadas hasta su rostro, lloriqueando de frío, y dolor, y el terrible temor de no saber nada, y esperarlo todo.

No les diría nada sobre el signor Brett, pasara lo que pasase.

Pero cuando vinieron, ella apenas podía recordar su propio nombre.

Había perdido la noción del tiempo; no sentía dolor. Movió la espesa lengua dentro de su boca y muy suavemente emitió el único sonido que sabía:

Aqua!

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