Brunelli retornó a la Procuratie después de un rápido almuerzo, encontrando a un ansioso Scorlotti que lo esperaba en su despacho.
– ¿Problemas, Scorlotti?
– Vosper se ha hecho cargo del caso de Barbieri, commissario. El jefe le dijo que se trataba de un crimen pasional.
Brunelli se sentó pesadamente ante su mesa y se frotó los ojos. Se sentía terriblemente cansado.
– Gracias, Scorlotti.
– ¿No va usted… quiero decir, no quiere ver al jefe?
Brunelli levantó la mirada.
– Francamente, Scorlotti, no. No volverá del almuerzo hasta dentro de una hora o dos, de todos modos.
– Hoy, no, señor. Está en su despacho. Vosper cree que ha encontrado al asesino.
– Bien, eso es rapidez. Al menos descartó el suicidio.
Scorlotti sonrió torvamente.
– Vale. -Brunelli palmeó sus manos ante él, y se dio la vuelta en la silla-. ¿Quién lo hizo?
– El americano, aparentemente. Brett.
– Ah, sí. -Brunelli asintió lentamente-. ¿No ha podido ver mis notas sobre el caso?
– No necesariamente, dice el jefe.
– No. No, claro que no. -Se puso de pie-. Si alguien pregunta por mí -supongo que no lo hará nadie, pero nunca se sabe- diles que me he ido a dar un paseo.
– Bene, commissario. -Scorlotti pareció vacilar-. Es un lío, ¿no, commissario?
– Para el signor Brett, Scorlotti, tiene todo el aspecto de una pesadilla.