Capítulo 79

En la sartén de la signora, Yashim frió unas lonchas de berenjena. Cuando estuvieron doradas, las sacó y las dejó en una fuente. Cortó algunos tomates a trozos y los metió en la sartén con un pellizco de sal y azúcar, removiéndolos de vez en cuando.

Peló y cortó unos dientes de ajo, que siguieron el camino de las cebollas. Cuando las cebollas estuvieron pochas, metió en el recipiente una buena ración de carne picada de cordero. El cordero había resultado caro. Tuvo que probar con varios carniceros antes de encontrar lo que quería.

La carne se doró. Añadió un gran pellizco de canela, un puñado de albahaca desmenuzada y los tomates.

En la cacerola de la leche mezcló mantequilla y harina para hacer una salsa espesa. Añadió leche lentamente, manteniendo el recipiente en el borde del fuego. Cuando tuvo lista la salsa, la salpicó con sal y una pizca de nuez moscada rallada.

Depositó la carne en el plato llano de loza, la cubrió con unas capas de berenjenas y vertió encima la salsa.

Con la mussaka lista, limpió la sartén y le echó otra vez aceite. Cuando éste se encontraba muy caliente dejó caer, después de aplastarlos entre sus palmas, unos pimientos puestos a secar, y los cocinó hasta que estuvieron casi negros. Recogió con una cuchara el kirmizi biber doméstico y lo metió en una taza de harina.

– El monasterio armenio.

Hablaba tan pausadamente que Palieski, que ahuyentaba las moscas del cristal de la ventana, no podía estar seguro de haberlo oído bien.

– ¿El monasterio?

– Dijiste que te habías mareado. Estabas en la biblioteca, contemplando un Corán.

– Cierto. Parecía peculiar.

– ¿Un Corán antiguo?

– No, no. Bastante reciente… Y muy hermoso.

– ¿De la familia d'Aspi, dijiste? ¿Viste quién lo había hecho?

– Yo sólo quería irme a casa a dormir, Yashim.

– Me gustaría verlo -dijo Yashim.

– ¿Ahora?

– Pienso que sería lo mejor -reconoció Yashim-. Abrígate. Podría hacer frío en el agua.

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