Capítulo 8

– ¿Y a qué espera? ¡Envíeme esa información de inmediato!

El inspector Figueiras no era un hombre que supiera estar de brazos cruzados. Cortó aquella llamada preso de su propia impaciencia. Bastante era que un profesional extranjero estuviera interrogando a la única testigo del tiroteo de la catedral como para concederle más ventaja sobre aquel incidente. Un estomagante intercambio de impresiones con el deán, mientras examinaban los desperfectos en el mobiliario sagrado y sus hombres recogían los primeros casquillos, le había servido minutos antes para hacerse una idea de quién era Julia Álvarez. El padre Fornés se la describió como una mujer tenaz, quizás algo más de lo necesario, poco amiga de someterse a la disciplina eclesiástica y, en su opinión, algo contaminada por ideas paganas. «Celtas, Nueva Era y esa clase de cosas», explicó con una confianza no solicitada. A Figueiras eso le dio igual. «Pero es la mejor en su trabajo. Estoy seguro de que un día de éstos nos dará una sorpresa con algún descubrimiento trascendental. Ella salvará al Pórtico de su deterioro. Ya verá», añadió.

De aquel parlamento hubo, no obstante, un detalle que lo sorprendió de veras: según el deán, Julia Álvarez estaba casada con un súbdito norteamericano.

Por eso había telefoneado a comisaría y pedido que le suministrasen todo lo que supiesen de aquella pareja.

Figueiras estaba absorto frente al ordenador de su coche patrulla cuando sintió que el aire se estremecía. Las palas de un helicóptero batieron la atmósfera turbia del lugar, haciendo temblar hasta los adoquines de la plaza. Casi había olvidado su orden y lo temerario que resultaba que, con lluvia, su único aparato se hubiese atrevido a sobrevolar la ciudad. Pero ni siquiera tuvo tiempo de arrepentirse. Otra llamada lo distrajo.

– Figueiras al habla.

– ¿Inspector? -Era la voz del comisario principal.

– Sí, dígame.

– Ya está lista la información que me ha pedido. En primer lugar, no tenemos ningún expediente abierto a nombre de Julia Álvarez. No tiene antecedentes, ni siquiera una multa de tráfico, nada. Sin embargo, sabemos que es doctora en Historia del Arte y autora de un libro sobre el Camino de Santiago, La vía iniciática. Algo esotérico para mi gusto. Y poco más.

– ¿Qué ha hecho? ¿La ha googleado?

– Tenga cuidado con lo que dice, inspector -le ordenó su comisario, molesto.

– Tiene razón -resopló-. Perdone. Continúe, se lo ruego.

– Mucho más llamativo es, en cambio, su marido.

– Ya imagino.

– Martin Faber es climatólogo. Y de los mejores, Figueiras. De hecho, nadie se explica qué hace viviendo aquí. En 2006 publicó un trabajo sobre el deshielo de las nieves perpetuas en las principales montañas europeas y asiáticas que le valió incluso un premio de Naciones Unidas. Sus previsiones parece que están cumpliéndose a rajatabla. Tiene un prestigio impresionante. Lo más curioso, inspector, es que… Bueno, parece que se formó en Harvard y fue reclutado por la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos, donde trabajó hasta que se casó con Julia y se retiró aquí con ella.

– ¿Su marido es un espía?

– Técnicamente sí. -La voz del comisario se vino abajo-. Lo malo es que el resto de su perfil está clasificado.

– Qué oportuno.

Los ojillos vivaces del inspector brillaron tras sus gafas de pasta blanca. Le pareció una extraña coincidencia que el tipo que estaba interrogando en ese momento a su testigo y el marido de ésta trabajaran para la misma agencia de inteligencia. «Aquí pasa algo gordo», barruntó.

– ¿Sabemos cuándo se casaron, comisario?

– Aún no he encontrado ese dato en el Registro Civil. Sin embargo, al hacer una consulta al archivo de residentes de los Estados Unidos en España he averiguado que lo hicieron en Gran Bretaña. ¿Y sabe qué? Hay un dato muy curioso en los archivos de aduanas…

– Vamos, comisario. No me tenga en ascuas.

– Al parecer, el matrimonio Faber vivió durante un año en Londres, dedicándose a algo que parece ajeno a la formación de ambos. Se hicieron tratantes de antigüedades. Pero al instalarse aquí y mudar sus pertenencias, lo vendieron todo. Todo salvo dos piedras de la época isabelina que declararon ante Patrimonio.

– ¿Dos piedras?

– Dos viejos talismanes. Raro, ¿verdad?

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