Capítulo 57

A esa hora, en la pantalla del pequeño ordenador portátil de Dujok relampagueaba un mapamundi de colores intensos. La parte derecha del monitor estaba llena de cifras en tres colores que iban moviéndose a gran velocidad, mientras que en los extremos superior e inferior un cursor iba desplazándose marcando coordenadas geográficas y siglas que no era capaz de entender.

– Esta aplicación coordina toda una red de satélites de órbita baja, con instrumental para medir variaciones en el campo magnético terrestre -dijo el armenio, sin despegar la vista del gráfico-. Si se produce una alteración superior a los 0,7 gauss de intensidad, salta una alarma y la zona se marca en esta gráfica en color rojo. ¿Lo ve?

Me acerqué a la computadora para hacerme una idea, pero no comprendí gran cosa.

– Si ampliamos el área de la península Ibérica -dijo, tecleando unas órdenes rápidas-, verá que la desembocadura de la ría de Noia se ha teñido de rojo. Aquí la tiene.

– ¿Eso lo ha hecho la piedra?

– No. Eso lo está haciendo la piedra -enfatizó-. Todavía está emitiendo la señal.

– ¿Y ya ha encontrado la de Martin?

– El programa está procesando la información en este momento, señora Faber. Una señal gemela ha saltado a pocos kilómetros de la frontera entre Turquía e Irán, en el área de influencia del monte Ararat.

– ¿Es ahí donde está ahora mi marido? -Tragué saliva.

– Probablemente.

– ¿Y esta información -dudé si preguntar aquello o no- está al alcance de alguien más? ¿Del coronel Allen, por ejemplo?

– El coronel Allen, señora, es probable que esté muerto.

– ¿Muerto?

– Cuando la rescatamos en Santiago liberamos una descarga de geoplasma de un tesla, casi diez mil gauss de intensidad, que fue lo que la dejó inconsciente. No es la primera vez que él la recibe. Y, créame, pocos organismos vivos pueden soportar varias de esas salvas sin colapsarse.

Загрузка...