Capítulo 95

– ¿Qué sabemos de esos signos? -pregunté.

Nos habíamos reunido todos al calor del laboratorio para decidir qué pasos íbamos a dar. A cinco mil metros de altura, con la ventisca golpeando con furia creciente las grietas del glaciar y los pasillos de hielo silbando como tubos de órgano, la mejor opción era mostrarse colaboradora. Incluso con Martin. Daniel Knight, que había tomado asiento en unos fardos cercanos al equipo electrógeno, fue el primero que se animó a responder a mis interrogantes.

– ¿Me preguntas por los signos del Arca? Creemos que pertenecen a la lengua ancestral de nuestros antepasados, Julia -dijo muy serio-. Muestras de esa escritura se han encontrado en todos los continentes, sobre todo en cuevas y monumentos de piedra. Aunque siempre se han asociado a las primeras formas de comunicación humana, la mayoría fueron burdas imitaciones de la escritura de los ángeles. Estas de aquí, en cambio, son las letras originales.

– ¿Y las reconocéis?

El ocultista asintió.

– Por desgracia, su significado se perdió hace milenios. De hecho, hasta John Dee nadie consiguió interpretarlos u ordenarlos de nuevo. Y lo hizo porque, gracias a las piedras, recibió el alfabeto completo de aquellos con los que se comunicó.

– John Dee, siempre él, ¿no? -comenté.

– Ahora comprenderás por qué nos interesa tanto. Fue Dee quien organizó esos signos y les dio coherencia. Gracias a sus interlocutores, descubrió que nadie desde el patriarca Enoc había sido instruido en los secretos de esa lengua, así que decidió llamarla enoquiana. ¿Y sabes qué? Enoc la aprendió después de haber sido arrebatado a los cielos por una suerte de anomalía magnética que se produce en esta región y que llamamos la Gloria de Dios. Su epicentro está en el cráter de Hallaç aunque su presencia se ha dejado notar en cincuenta kilómetros a la redonda, lo que incluye este lugar.

– A esta muchacha le interesará saber que primero fue Enoc y luego Dee quienes desarrollaron ensalmos para activar las adamantas, consiguiendo con ello un sorprendente dominio de las fuerzas de la naturaleza -terció Bill Faber-. Y todo a partir de la entonación de sonidos primordiales capaces de resonar con la estructura atómica de la materia.

– Nosotros siempre hemos creído -añadió Dujok, mesándose los bigotes- que esa lengua fue la que se habló en el Paraíso antes de la expulsión de Adán. Tiene veintiuna letras que se dividen en tres grupos de siete y su combinación es la que, potenciada por la fuerza de las piedras, puede atraer la atención de la Fuerza Superior.

– ¿Y cómo están todos tan seguros de que funciona? -pregunté, mirándolos uno a uno a los ojos.

– Yo he visto esa fuerza, chérie -respondió Martin-. Con Artemi. Fue en estas montañas, hace ya muchos años. La Gloria de Dios despierta de tanto en tanto y puedo asegurarte que es estremecedora.

– ¡Aunque escasa para lo que necesitamos!-se quejó el anciano Faber-. Ese barco de ahí -dijo señalando la pared que teníamos enfrente- estuvo en contacto con

Dios durante las semanas que duró su travesía. Estableció un enlace continuo con el cielo y lo hizo en un momento en el que la capa magnética protectora del planeta se resintió por alguna clase de impacto energético similar al que estamos esperando.

– Lo que no entiendo, señores -dije muy severa-, es cómo puedo yo ayudarles en este asunto. ¡Yo no conozco el enoquiano o como diablos se llame! ¡No sabría decir ni una palabra! ¡Y ustedes parecen saberlo todo de su funcionamiento!

Bill Faber dio unos golpecitos al suelo con su bastón antes de replicar:

– No es necesario que grite, querida. Lo que queremos de usted es muy simple: que entone el Nombre de Dios delante de las piedras y del Arca. Aunque no necesite su garganta para hacerlo…

Lo miré incrédula.

– ¿Ah, no?

– Verá, Julia. Este laboratorio dispone de un sofisticado interfaz que puede conectar el área del lenguaje de su cerebro con un sintetizador que interpretará cualquier impulso cerebral y lo convertirá en sonido. Trabaja de forma parecida a un escáner neuronal. Aunque, por supuesto, mientras usted esté en su estado de consciencia habitual el experimento no funcionará. Sin embargo, si lográramos que sus ondas cerebrales alcancen la frecuencia delta situándose entre uno y cuatro hercios, que son los que surgen durante los trances mediúmnicos, podríamos obtener resultados.

El viejo Faber dijo aquello como si hablara de un mono de laboratorio.

– ¿Y qué le hace pensar que eso servirá para algo, señor Faber?

– Muy sencillo -sonrió-. El vidente que usó John

Dee para comunicarse con los ángeles en el siglo XVI, Edward Kelly, logró entonar el enoquiano en innumerables sesiones. Y lo hizo siempre en presencia de los tres elementos que hemos reunido aquí: las dos adamantas y la mesa de invocación. El entrelazamiento de sus campos energéticos es lo que potencia el don que precisamos de usted. Su mente, los sonidos neuronales que produzca y esas piezas actuarán como un solo instrumento.

Amrak.

– En su sentido más amplio, sí -asintió-. La caja completa. Por eso nuestras posibilidades de éxito son altas.

– ¿Me hará daño?

– Los videntes de Dee siempre salieron indemnes…

– Pero nunca intentaron lo que usted quiere hacer hoy, ¿no es cierto?

Bill Faber se encogió de hombros.

– No tiene de qué preocuparse. Está rodeada de ángeles.

– Claro -sonreí poco convencida-. Casi lo había olvidado.

– Entonces, querida, empecemos cuanto antes.

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